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Flotando en el universo de las pasarelas

Quizá, en el principio, fue la huella de un pie adolescente sobre la arena y un encaje de espuma velozmente derogado a ras del mar; luego, la misma huella sobre Times Square, la calle 42 o el diseño de Donna Karan: una explosión cósmica de piernas cimbreñas, de sustancia vegetal y de lluvia de bocetos. Quizá, en el principio, fue la huella de un pie adolescente y otra ola también adolescente, en la playa alicantina de la Albufereta, donde el Mediterráneo derramó amatistas del color del crepúsculo, ánforas de aceite virgen y monedas con la efigie de algún emperador; y la ciudad, lo suyo: intimidad de letrina, residuos nitrogenados y ácido úrico. De una arqueología así, tan subyugante, se manufacturan catedrales sumergidas, bichitos morbosos y criaturas gentiles. Botticelli se marcó una Venus desnuda, con la cabellera cubriéndose el sexo, y haciendo wind surf sobre una concha. El destello de la luz en los pedruscos de la Serra Grossa, se sacó a Esther Cañadas, una adolescente estudiante de BUP, pálida y lineal, que enlazó la gloria a la sombra de un tilo, en el azul ondulante de sus ojos. En los siguientes años, Esther Cañadas tomó el camino, dejó atrás el Instituto del Cabo y el curso a medias. Litoral arriba, llegó a Barcelona y amplió el guión que había iniciado en una escuela de modelos de Alicante: ejercicios de equilibrio y relajación, actitudes y deslizamientos melancólicos, seductores, agresivos, insinuantes; reanudó el camino, se disciplinó sin misericordia, y amaneció en Nueva York, pilotando un diseño de Gianni Versace. Cuando colgó los libros de texto, le susurró a su cómplice: "Si me voy, es para llegar a lo más alto, mamá". Ahora, Esther Cañadas ha desplegado su delicada e impetuosa carne, en la copa burbujeante del escalafón, donde se inyectaron las semillas del hechizo y la talega Claudia Schiffer y ese vértigo de la creación que es Noemi Campbell. Qué rivalidad de pieles esmaltadas, de mármol estatuario y caobas, de lapiceros a mamo alzada y albaranes de la industria textil, de fragancia de Gucci Envy y Moschino y de bocas cinceladas. La moda se unge de otoño y el prêt-à-porter recorre Europa: Esther Cañadas es su rostro, un rostro inquietante. Si hubiera sido detective privado qué de amantes frustradas. Pero aquella afición compulsiva se le evaporó a los 14 años en una estatura desgarbada, en la prominencia de unos pómulos lívidos y de unas ojeras de cardenillo. Para sus condiscípulos, amigas y amigos, era, por entonces, ingenuamente, "la alemana" o "la zombi". Y de pronto, en la página después, una adolescente esbelta, rubia, con todos los azules mediterráneos inundándole la pupila, contempló, desde sus casi 1,80 metros de altura, el paisaje de urbanizaciones, de amplias avenidas y de calas con olor a yodo y a salitre, y conoció su destino: una pasarela que se tendía de la playa de la Albufereta a las orillas oleaginosas del Hudson. Tenía la complicidad y los ánimos de la madre, la voluntad, el talento, el ímpetu y, no mucho más tarde, la talla 40 que reclaman los diseñadores: 90-60-90, medidas para la perfección y el reto. Dos años de aprendizaje, algunos desfiles en Madrid, Barcelona, Milán, y a los 18, ¡New York, New York!, en los floridos dominios de Donna Karan, y bajo los focos de las sesiones fotográficas de Steven Meisel o al cielo raso en la prodigiosa mirada de Peter Lindbergh. El cirujano no esculpió nunca sus pómulos, pero sí maduró sus labios con el zumo aromático de los frutos silvestres. Tal vez el también modelo holandés Mark van der Loo, su compañero, levante el catálogo de tantos sabores. Mientras, Esther Cañadas hace la temporada de pases por Milán, París y esa Gran Manzana, donde vive. Revistas internacionales y creaciones de Burberrys, Dior, Giorgio Armani, Elexander MacQueen. Alta costura, top model de bandera, Esther Cañadas Delgado cumplió los 21 el último cuatro de marzo. Nació en Albacete y a los pocos meses su familia se trasladó a Alicante. Un día enlazó la gloria bajo un tilo, y ahora flota sobre las pasarelas y descansa su leve y cotizado cuerpo en la helada espera de los aeropuertos.

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