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Econocultura

El Guggenheim ha cumplido el año y lo ha hecho superando en más del 100% las previsiones sobre el número de visitantes. Cuando se presentaba el estudio del proyecto en 1990-91, las alternativas más optimistas no superaban los 500.000 visitantes, lo que provocó calificativos de ilusos e iluminados contra los que las anunciaron. La cifra real, cerca de 1.400.000 visitantes, no cabía ni en la mente de los mayores defensores del proyecto, aquellos dos que aguantaron entonces el chaparrón de las críticas más adversas: los entonces consejero de Cultura, Joseba Arregi, y diputado de Hacienda de Vizcaya, Juan Luis Laskurain. Hubo otros poquísimos que lo defendieron también, pero lo hicieron después, a edificio construido, o desde los despachos, en silencio y con enormes dudas, como ha confesado el lehendakari Ardanza. Laskurain y Arregi se debatieron campo abierto contra todos. También contra los americanos, que ahora parecen más protegidos. Recuerdo la explicación de Laskurain en un hotel de Bilbao, tratando de animar a la mayoría de los incrédulos periodistas para que fueran preparando a los ciudadanos para el gran giro que iba a producirse en el País Vasco, sobre todo en Bilbao. O recuerdo la defensa de Arregi en el gasto: "Es una inversión equivalente a dos o tres kilómetros de autopista. ¿Y para qué vamos a ocuparnos sólo de carreteras, si no hay algo dentro que haga venir a los de fuera?". El Guggenheim está siendo evidente una muestra de todo esto, aunque queden aún vacíos y objetivos pendientes, previstos en aquellos inicios, y que se han abandonado en esta legislatura, a la espera (suponemos) del resultado de aquella apuesta. Un ejemplo, el Plan de Museos (Vitoria, San Sebastián e incluso Bilbao siguen esperándolo). Es decir: crear nuevos centros museísticos o mejorar los existentes para que entre todos formen una piña en torno a la extraordinaria oferta cultural de este país. Eso es lo que se está haciendo en Estados Unidos, Francia y Alemania, donde la cultura y la economía caminan juntas.

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