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CICLISMO: MUNDIALES EN RUTA

Camenzind gana el Mundial más duro

El corredor suizo sorprendió a todos los favoritos con su fortaleza en una carrera marcada por la lluvia y el frío

Carlos Arribas

Fueron sólo seis horas peladas porque los ciclistas corrieron mucho. Fueron todos muy deprisa, a casi 43 por hora, los 255 kilómetros bajo la lluvia fría que el viento del norte convertía en agua heladora empapada en los finos maillots. Terminada la carrera, los 66 supervivientes son una máscara de barro. Todos, desde el primero, un ganador sorprendente para un Mundial de una dureza inesperada, el suizo Oskar Camenzind, un rubio con cara de travieso, hasta el último, un impronunciable polaco (Artur Krzeszowiecz) que cruzó la meta 25 minutos después. Puede que el nombre del ganador no le diga nada a los poco iniciados. No es uno de los clasicómanos consumados (no es Bartoli, no es Jalabert), ni es uno de los grandes corredores conocidos por las vueltas (no es Ullrich, no es Pantani, no es Olano). Alguien pensará que no es un campeón digno para lucir el maillot arcoiris, pero la belleza, la dureza, la carrera de Valkenburgo, devuelven la fe a los que dudan del ciclismo. Fue una carrera hermosa. 258 kilómetros. 15 vueltas. "Viendo el perfil, pensé que habría un sprint de 40 pero el viento y el frío y la lluvia han hecho una selección de los más fuertes", dijo Camenzind. Y los más voluntariosos. Los campeones.Fue un día duro, sí. También para Txente García Acosta, el mulo de Tafalla. "Me han dejado en cuanto han querido". Se acerca Francisco Antequera a felicitar al mejor español (el 13º al final en la tienda de campaña, en una silla de plástico, se deja quitar el barro del cuerpo con friegas de colonia administradas por los masajistas, se deja vestir agotado, y aún saca fuerzas para sonreír y pensar) y el navarro le responde pidiéndole perdón por no haber llegado hasta la meta con los mejores. Con el más duro que nadie, y también desafortunado, Michele Bartoli; con el milagroso Lance Armstrong; con el ídolo local (y también rey del infortunio) Michael Boogerd, con el rápido y listo Peter van Petegem; con el campeón, el hombre al que nada podía salirle mal y al que un instinto mágico le indicó cómo debía correr para sacar el máximo partido a sus fuerzas, con Oskar Camenzind.

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El día había comenzado mal para los españoles. Y para Bartoli. A la contra, contrariamente a lo que habían planificado, anduvieron los 12 seleccionados de Antequera. Persiguiendo, gastando energías en los momentos tontos, aquellos en que otros los economizaban, anduvo el italiano, finalmente medalla de bronce. "Hemos salido ya congelados", explicó David Plaza, uno de los primeros en abandonar. Bugno, el grande, decidió marcar la táctica recién comenzada la tercera vuelta. Forzó un corte en el que entró toda la Unión Europea (italianos, suecos, holandeses, belgas, suizos, y Aebersold, que también estuvo en el último corte, estonios, daneses, franceses y alemanes) salvo gente de España y Portugal. Dos vueltas a sufrir para aplacarlo. Medio equipo al garete. Los supervivientes (Rubiera, Mauri, Freire, Txente), un solo objetivo: coger el corte bueno. Algunos se frigorizan y dejan pasar el tren. Txente persiste. Huele y espera. Mientras, Bartoli persiste. Persigue. Lleva 200 kilómetros. En la segunda vuelta se le rompe el manillar; después pincha. Y luego se cae. Peor suerte: se cae en la 10ª vuelta, justo cuando Italia decide desencadenar la estrategia de la locura; justo cuando comienza la carrera de las cabras, con Tafi en primer plano. El incontrolable italiano del Mapei ataca cuando tenía previsto. No se entera de la caída de su líder porque ha decidido quitarse el transmisor de la oreja: le duele. Nuevamente, como en San Sebastián 97, Italia tira por delante y por detrás. ¿El suicidio, la ruina? No. Bartoli, el más fuerte, enlaza por todos los lados. Un dispendio que le cuesta el oro.

Con el soplo justo llegó a la vuelta 12ª, al momento en que todo se decide. Armstrong y Zberg atacan en el Cauberg, el duro repecho cercano a meta. Es el momento justo. El viento de costado provoca el enfilamiento en el falso llano de la cima, provoca el corte de los más fuertes, los que se van a jugar el título: Txente, entre ellos, y Bartoli, Camenzind, Tafi, Bolts, un lituano y un letón, Magnien, Van Petegem, Boogerd, Wauters, Zberg, Armstrong y Aebersold. Se acabó la carrera para el pelotón gordo: Italia lo bloquea. Comienza la lucha delante. Camenzind, el más inteligente, rompe el grupo en el descenso del primer repecho, por Margaten y su molino con las aspas zumbando a toda velocidad. Es el primer corte bueno. Los demás se separan en el Cauberg. Txente se queda ya cortado. "Se me cayó Zberg delante cuando íbamos cazando a Bartoli y nos rompió el ritmo". Con el segundo grupo, tirando de él, llegó el navarro.

En la última vuelta, ataque definitivo del suizo, el más lento en caso de llegada en grupo; Bartoli, ya gastado, no puede seguirle; tampoco Armstrong ; ni Van Petegem, el más rápido, que quiere aprovecharse de todos. Lo intenta Boogerd, el ídolo, y pincha. Frustración sin medida: todo el año, toda la Vuelta soñando con ir escapado en la última vuelta de su Mundial... Actos fallidos. El pinchazo, diría Freud, le evita dar explicaciones. Pero lejos del psicoanálisis, vuela Camenzind. Y solo (ya se ha dicho, un Mundial extraño) gana.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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