La injusticia de Hagi condena al Athletic
El equipo rojiblanco mandó en el partido pero el rumano le hundió con dos toques
El Athletic se trajo de Estambul un plato combinado demasiado amargo: autoridad, autoestima, un buen juego, buen nombre y un resultado descorazonador. Mereció una victoria amplia y obtuvo la más dolorosa de las derrotas. Hagi el sultán, el jubilado en activo, el detallista, que no corre, le fulminó convirtiendo este deporte en el hermano tonto de la justicia. El equipo turco tuvo que apelar a un jugador tan limitado físicamente como sobrado en la técnica para convertir un juicio desfavorable en una absolución deportiva. Todo lo hizo el Athletic menos ganar. El Galatasaray, amparado en el tratado de exigencia que escribe cada partido (su clima particular) esconde en la grada un fútbol muy discreto, racheado (como los temporales) y demasiado básico. Luis Fernández tenía la libreta correcta: un Athletic descarado, ajeno al parte meteorológico que combinaba un doble esquema en el que Imaz apoyaba el ataque y Ezquerro la defensa para fortificar un medio del campo presuntamente escaso. La ambición le procuró de salida el balón. Alkorta se lo apropiaba en defensa, Urrutia lo trasladaba y Ezquerro jugaba a dos velocidades con el rabillo del ojo puesto en Urzaiz.Todo funcionaba a la perfección: el Athletic manejaba un argumento razonable (el balón y la velocidad) para hilvanar un discurso convincente, al que ayudaba Hagi, preocupado por un dolor en la muñeca que sus asistentes no conseguían reducir. Lo hicieron y el sultán del Galatasaray reclamó audiencia con el balón y lanzó un disparo endiablado que Etxeberria no pudo sujetar y llegó el gol de Okam. El equipo turco no había cosido dos palabras refrentes al fútbol y apeló al rumano que ha reducido el fútbol a una sola línea: el toque de balón que no perderá jamás. Luego se volvió a sentar en su trono y observó el encuentro.
El Athletic supero el test de personalidad en un minuto. Al saque de centro el balón acabó en la red tras tocarlo Larrazabal y Urzaiz. El banquillo turco aún no había concluido su ración de abrazos. El empate que le hacía crecer, sin embargo nubló al Athletic. Urzaiz pasó de referencia a obsesión. Una patología que a veces asalta al Athletic y convierte un recurso razonable y deseable en urzaizitis que le sentó en el diván. Perdió el balón y no lo recuperó hasta el tramo final del primer tiempo: le faltaba banda derecha (Etxeberria no se hacía con el partido) y le sobraba reiteración. La defensa turca es lenta pero alta: la potencia de Urzaiz era más rentable que su altura. Y sin embargo el navarro tuvo en el descuento una nueva oportunidad de gol (remató fuera con la rodilla) mientras el Galatasaray apelaba al zapatazo y a su habilidad para obtener efectos endiablados de la punta de su bota.
El discurso rojiblanpo conducía a un éxito final pero el Athletic tartamudea con frecuencia cuando tiene el partido a su merced. Urzaiz malgastó dos ocasiones de gol, Ezquerro se indigestó de balón cuando encaraba a Tafarell, más obnubilado por la posibilidad del penalti que por inventar un toque de calidad.
El Galatasaray tenía más que ver con una postal de Estambul que con un equipo demasiado encumbrado por su experiencia europea, pero que apenas balbucea el idioma del fútbol. Sukur, el ídolo local, tiene tanto pundonor como indisposición para la técnica: Ríos lo fijo y Carlos García se permitió el lujo de ser un líbero sobrado. Sukur tuvo su opotunidad, una sola, y le faltó tacto. El Toro de Estambul no es un jugador delicado.
Ezquerro, en cambio, asistido y resguardado por el trabajo de Urrutia y Alkiza convirtió su pasillo en una lección práctica de como combinar velocidad y regate. Nunca tanto esfuerzo halló tan poca recompensa. Su partido resultó convincente, razonable casi siempre, bello en ocasiones, autoritario a menudo. Pero topó con la justicia demasiado aleatoria que por premiar la pasión de la grada crucificó al Athletic y liberó al Galatasaray.
El factor Hagi resultó más convincente que el factor ambiental. No hizo nada y sin embargo determinó el resultado del partido. Salió como un héroe cuando en ocasiones se asemeja, por su apatía, a un villano. El Athletic sólo puede apelar a su juego, a su fútbol. Es poco ¿o quizás no?
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