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Entre la Teología y la Filosofía

El Papa Karol Wojtyla está preparando, según sectores oficiosos próximos al Vaticano, una nueva encíclica, en este caso contra la supuesta filosofía del movimiento de la Nueva Era. Sobre este asunto, creo que hay mucho que decir y bastante que aclarar. Vayamos por partes. En primer lugar, existe un equívoco muy generalizado en muchas personas consistente en denominar filosofía a cualquier cosa. Por esa causa, deseo esclarecer que la llamada filosofía de la Nueva Era (New Age) es un movimiento espiritualista, y si se quiere también musical, pero en ningún caso se trata de una Filosofía, pues detrás de tales siglas no se halla a ningún filósofo de talla universal, sino a dos teóricos de poca monta: Fritjof Capra y Marilyn Ferguson. Ambos defienden una nueva forma de espiritualismo, enfrentado contra el racionalismo filosófico y tendente a promover la integridad espiritual de sus adeptos; por lo tanto, no representa a ningún tipo de filosofía contemporánea. Por el contrario, aboga por un resurgimiento del espiritualismo, oponiéndose a la secularización en que la filosofía y la ciencia han sumido, entre otras causas, al hombre occidental coetáneo. Ahora bien, se entiende que el Papa Juan Pablo II esté elaborando una encíclica contra ellos, pero no por el carácter filosófico de New Age, del cual carece como Asturias del desierto, sino porque la Iglesia católica viene observando que desde mediados de los años ochenta, sobre todo en EE UU y en Canadá, viene perdiendo acólitos que se van integrando en ese tipo de competencia religiosa, con su peculiar teoría astrológica según la cual sobre el año 2000 se pasará de la era de los Peces a la de Acuario, lo que significará el advenimiento de una época armoniosa de paz, en contraste con los periodos anteriores de guerras mundiales, caracterizados por luchas y divisiones. En fin, esta seudofilosofía tiene más de credo sectario que de auténtica teoría racional. En segundo lugar, la Iglesia católica continuamente ha mantenido una relación turbulenta y paradójica con la Filosofía, de la cual no se puede librar por intereses teológicos de primer orden. Tal vínculo de amor y odio a la vez se debe a necesidades históricas del catolicismo antiguo, medieval y moderno. En lo referente al antiguo, en los cuatro primeros siglos de su instauración -o sea, los apóstoles de esa nueva secta judaica- precisaban la filosofía para conseguir unas finalidades muy concretas: crear la dogmática con la ayuda conceptual del pensamiento griego, lograr explicar satisfactoriamente el reino de la gracia y defenderse de los ataques de los filósofos paganos con sus mismas armas racionales. En la Baja Edad Media, Santo Tomás de Aquino trató de conciliar las sagradas escrituras (fe) con la filosofía griega (razón). La síntesis que creó representa, ni más ni menos, la posición ideológica oficial de la Iglesia católica. Evidentemente, Santo Tomás utilizó a su antojo a Aristóteles, usándolo cuando le interesaba para justificar los mitos cristianos, mas no cuando, valga de ejemplo, consideraba que la naturaleza es eterna. Acerca del periodo que va desde la Reforma protestante hasta el presente, el clero católico se halla ante una coyuntura paradójica de imposible resolución, puesto que su solución implicaría la desaparición de la misma institución católica. La paradoja consiste en lo siguiente: los teólogos católicos no pueden aceptar la separación de la Filosofía (razón) de la teología (fe), tal como la pusieron en práctica Lutero y Calvino, como tampoco las demás reformas protestantes (sustitución del absolutismo papal por la democracia interna de la Iglesia, matrimonio de los sacerdotes, libre interpretación de la Biblia, etc), pues ese tipo de actualización sería una claudicación ante la modernidad protestante y la consiguiente desaparición del catolicismo más medieval. Por esa razón, la cúpula del Vaticano conserva aún la oficialidad de las tesis teológico-filosóficas del siglo XIII de Santo Tomás. En la anterior problemática ideológica está la base del dilema prácticamente irresoluble ante el que se encuentran los jerarcas del Vaticano: por una parte no queda nada bien que siempre se opongan al progreso de la civilización occidental (democratización de la Iglesia y de las sociedades modernas, eutanasia, aborto, anticonceptivos, etc.); sin embargo, por otro lado, han de rechazarlo para no ver comprometida la misma existencia de la institución católica, con sus reglamentos y doctrinas todavía pre-protestantes; es decir, plenamente medievales en demasiados aspectos. ¿Cómo logrará la Iglesia católica no perjudicar el progreso humano, avanzar ella misma y sin comprometer su propia supervivencia? La verdad, no lo conseguirán fácilmente por ese empecinamiento histórico de sus teólogos de sólo reconocer los avances sociales o científicos (la teoría heliocéntrica de Copérnico y Galileo, la teoría de la evolución de Darwin, la democracia burguesa, la lectura de la Biblia en las lenguas vernáculas, etc) muy a la fuerza y con varios siglos de retraso respecto al protestantismo. Por mi parte, pese a que sé que mi ruego lo echarán en saco roto, pediría a los mandatarios de la Iglesia católica que dejen en paz la Filosofía y a los filósofos y que se dediquen a lo suyo: los mitos y los dogmas irracionales. ¿Qué felicidad si lo lográsemos y no siempre sufrir a un profesor de Religión que en muchas ocasiones -yo mismo lo he padecido en mis carnes-, en vez de adoctrinar en las leyendas cristianas, se espera a que el profesor de Filosofía imparta a Kant, Marx, Nietzsche, etc, para él a continuación evangelizar con un anti-Kant, anti-Nietzsche, etc? A todo esto, qué responderán los dirigentes de la Iglesia católica a este interrogante: ¿Por qué motivo, a pesar de ese aire de santurrones que siempre les acompaña, se enfrentan sistemáticamente a cualquier teoría filosófica innovadora y a todo avance científico o social? De seguro que ante esa pregunta no abrirán la boca por no pecar: la diplomacia vaticana la mantendrá perfectamente sellada por atender la sabiduría popular del dicho de "en boca cerrada no entran moscas".

Raimundo Montero es profesor de Filosofía.

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