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EL PERFIL

El olfato de Álvarez Colunga

E n un país en el que la mayor parte de los ultraliberales son funcionarios, no debe de sorprender que el presidente de los empresarios andaluces posea una farmacia, comercio que, junto a los estancos y las administraciones de lotería, es el menos "schumpeteriano", el menos emprendedor, que se pueda concebir. Cuando sonríe, no hay músculo facial que deje en reposo este hombre que luce sesenta y un años muy lustrosos, pelo entrecano rizado y repeinado y unos ojillos vivos y brillantes. En esas ocasiones, sólo su nariz permanece quieta, atenta, como queriendo husmear lo que sus ojillos no puedan percibir. La nariz de Álvarez Colunga es engañosa: parece contagiada por la astucia de su mirada y aparenta un perfil aguileño del que realmente carece. Sin duda, Rafael Álvarez Colunga es un hombre con olfato. Primero, con olfato para los negocios. Lo de su farmacia, ese tan escasamente "schumpeteriano" negocio suyo, es sólo anecdótico. Según su biografía oficial, preside diecisiete consejos de administración, con intereses en sectores tan diversos como el agrícola y ganadero, farmacéutico, inmobiliario y de la construcción. Sus cargos honoríficos trazan un perfil nada convencional de lo que se supone ha de ser un sevillano de pro. Está o ha estado en la presidencia de una docena de asociaciones filantrópicas, culturales, gastronómicas y deportivas. Ha sido, incluso, vicepresidente del Betis. Pero ahí se para toda su contribución al casticismo. En su biografía, ¡qué cosa más rara!, no consta la pertenencia a ninguna cofradía. Tiene, eso sí, aficiones de hombre rico. Es piloto civil, patrón de yate y preside el Real Club de Enganches de Andalucía. Esta es, quizá, otra pequeña concesión al casticismo. El olfato de Álvarez Colunga no se limita a los negocios. También sabe ventear la política. Hasta ahora, con los mismos excelentes resultados. Si el lector permite la frase hecha, se podría decir que desde antes de la transición a la democracia Rafael Álvarez Colunga viene siendo perejil de todas las salsas. Hay quienes le atribuyen un papel como "compañero de viaje" del Partido Comunista en los últimos años del franquismo, partido que, como recordarán los lectores más provectos o más instruidos, era el que aglutinaba a la parte más activa de la oposición al franquismo. Socialistas veteranos recuerdan haber visto a Álvarez Colunga en reuniones con un joven que en la clandestinidad se llamaba "Isidoro" y que en la madurez fue más conocido como Felipe González. Tenía que ser Álvarez Colunga un personaje bastante exótico entre el empresariado sevillano de aquellos años. Sevilla, no lo olvidemos, era entonces una ciudad en la que, frente a UCD, la derecha tradicional optó por AP como mal menor, pero, ante las dificultades que entrañaba la resurrección de Franco, lo que de verdad le pedía el cuerpo a esa derecha era votar por Blas Piñar. Con el PSOE en el poder, Álvarez Colunga ha sido considerado filosocialista. O, para ser más exactos, un empresario bien visto en los círculos del poder. Su olfato, quizá, detectó a tiempo los nuevos aires y los socialistas lo ven ya más cerca del PP. Hay incluso malas lenguas que afirman que, desde que el PP está en el poder, el presidente de los empresarios andaluces viene presumiendo de un más bien lejano parentesco con el líder de la derecha andaluza, Javier Arenas, que hasta hace poco parecía mantener en el olvido. Hasta que se enganchó en un rosario de desencuentros y malentendidos con el consejero de Trabajo e Industria, Guillermo Gutiérrez, las relaciones de Álvarez Colunga con los socialistas que gobiernan la Junta han sido más que correctas. Incluso en la "crisis de las 35 horas semanales" nunca se ha dejado de mantener la corrección y, una vez que parecía que se había perdido, resultó que el malentendido no se había interpuesto entre el patrón de patronos y el consejero, sino sólo entre sus secretarias. Hasta ahora, las únicas chispas entre Álvarez Colunga y el PSOE las ha hecho saltar no la política, sino la corrección política, ese nuevo código de urbanidad para gente moderna. Hace un año, las mujeres socialistas se sintieron agredidas por unas declaraciones del empresario en la radio pública andaluza. En ella, Álvarez Colunga consideraba que la consejera de Cultura, Carmen Calvo, cordobesa, no estaba a la altura del canon estético que, según él, es propio de las mujeres de esa tierra. "Me gustaría", dijo en la radio cuando se le pidió que enjuiciara a los miembros del gobierno andaluz, "tener como consejera a una señora cordobesa guapa y de buen estilo para cuando venga Clinton -que aún no había consolidado su mala fama- u otra personalidad a ver la Alhambra de Granada pensaran lo guapas que son las cordobesas y las andaluzas". Estaba claro que, por mucho que se acercara al PP, Álvarez Colunga no podía dejar de tomar partido en las rivalidades internas de la Junta. No hay duda de que en el pulso que vienen echando la consejera de Cultura y la de Economía, Magdalena Álvarez, su preferida es la segunda. Este hombre sigue queriendo estar en todas las salsas.

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