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Reportaje:

De "héroe del metro" a mendigo

"Las medallas no se pueden comer", confiesa el argelino condecorado por salvar a una menor en el suburbano

Jan Martínez Ahrens

A Milud Jedari le cuesta respirar. Está sentado en un banco, junto al hospicio de San Martín de Porres que le sirve de refugio. Enfrente se alza el poblado marginal de Jauja, uno de los hipermercados de la droga de Madrid. Milud, de 26 años, observa en la lejanía el trasiego de toxicómanos, pequeños como hormigas, y suelta: "No me gustan. Están enfermos. Sólo respirar aire a su lado te pone enfermo. Yo no puedo estar junto a esa gente". Luego, cuando se le pregunta por su paso por un psiquiátrico de Toledo, el que un día fuera conocido como el héroe del metro, el inmigrante ilegal argelino al que se le concedió la Medalla de Oro al Mérito Ciudadano, calla abruptamente. Y su ojo de cristal arranca a girar tan enloquecido como el sano. "Yo soy normal, ¿sabes?, pero la gente tiene miedo a mi cara. Cuando me ven se apartan, se asustan, por eso no tengo trabajo. Y tú, si no fueras periodista, no estarías aquí sentado en un banco hablando conmigo".En dos años Milud Jedari ha cruzado un infierno que a otros les cuesta toda una vida salvar. Y no ha salido indemne. El camino de su derrota se abrió a principios de 1996, cuando en Marruecos se ocultó como polizón en un "barco grande" que partía rumbo a España. Alcanzados los arrabales de la capital, el joven argelino sacó los dientes y, navaja en mano, se dedicó al asalto callejero. Su destino parecía escrito con hierros hasta que el aburrimiento de la tarde del 30 de abril de 1996 le llevó a la madrileña estación de metro de Embajadores. En el andén vio cómo un portugués golpeaba salvajemente a una menor. Milud se acercó al agresor y, con ánimo pacífico, intentó calmarle. El portugués le respondió arrojándole a la vía del tren, justo en el momento en que llegaba un convoy. Milud perdió la pierna izquierda, parte del pie derecho y un ojo.

Su gesto de buen inmigrante desató una inusual ola de solidaridad política. La Delegación del Gobierno en Madrid le concedió la exención de visado; el presidente regional, Alberto Ruiz-Gallardón, le impuso la Medalla de Oro al Mérito Ciudadano; el alcalde de Madrid, el Premio al Mérito Humanitario; el Parque de Atracciones, su Premio a los Valores Humanos... Como colofón a este ascenso a los altares de la fama, la Fundación Caja Madrid le pagó casi al completo un chalé de 15 millones en Toledo. Milud era el héroe del metro.

"¿Héroe, y eso qué es? Cuando estaba en el hospital todo el mundo me buscaba, y ahora todos se han olvidado de mí. Estoy solo y sin dinero. Las medallas no valen tanto, no me las puedo comer". Milud reflexiona desde el fondo de su caída. Pasados dos años de su gesta ha perdido la casa que le compraron (la vendió su padre en una oscura operación), tiene los papeles caducados y en los bolsillos no lleva más que un cepillo de plástico con el que se acaricia frenéticamente los rizos.

-¿Y por qué sigue en España?

-Aquí están enterradas mi pierna y mi sangre", responde Milud mientras coge un puñado de tierra y, sin ton ni son, insiste otra vez en su miedo al aire viciado de los toxicómanos. A simple vista, se diría que la altura de su caída le ha afectado el juicio. Él simplemente dice que su vida ha cambiado. "Yo ya no volvería a hacer lo que hice en el metro", confiesa.

Ahora, por el día sueña con un pequeño trabajo y por las noches se desliza silencioso en la cola del centro de acogida de marginados de San Martín de Porres, donde, tras cenar, se desenrosca la pierna y se tumba en la cama 6 de la sala 12 junto a otros hombres igual de silenciosos que él. Para dormir se frotará los muñones inflamados y pensará cómo conseguir ese dinero que no alcanza para cambiar la prótesis. Por la mañana se levantará, y a las nueve, como todos, abandonará el hospicio. Y cuando alcance la calle, quizá, como el pasado jueves, la policía le detenga por ir indocumentado y le envíe a los calabozos de la Brigada Provincial de Extranjería. Y allí quizá encuentre nuevamente a un policía que, tras reconocerle, le diga aquello de "lo siento, pero la ley es la ley". Y luego, tras seis horas en el calabozo, le suelte con la amenaza de expulsarle del país que le aclamó como a un héroe.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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