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Reportaje:CAMPEONATOS DE EUROPA DE ATLETISMO

Europa entra en estado de postración

Santiago Segurola

El atletismo europeo ha entrado en una profunda depresión, que se contradice con el papel que desempeña el continente como el principal y más lucrativo escenario de las principales competiciones internacionales. Europa comienza a tener un papel marginal, especialmente en la categoría masculina y sobre todo en las carreras, es decir, donde predomina la naturalidad. La regresión es bastante menor en las mujeres, aunque el nivel en esta categoría ha descendido notablemente en esta década. En vísperas del comienzo del Campeonato de Europa, sólo cuatro atletas encabezan la lista mundial. Son el británico Jonathan Edwards en triple salto (18,05 metros), el finlandés Parviainen en lanzamiento de jabalina (90,88 metros), el ruso Klyugin en salto de altura (2,36 metros) y el también ruso Astapkovich en lanzamiento de martillo (83,62 metros). El porcentaje es desolador: cuatro entre 21 pruebas, el 11,4%.

Europa parece dispuesta a aceptar su papel pasivo en el atletismo. Cada vez es mayor la distancia entre sus mejores atletas y los grandes especialistas africanos del medio fondo y el fondo, o los velocistas americanos, nigerianos y antillanos. En el estado actual de postración europeo, resulta curioso el papel resistente de los mediofondistas y fondistas españoles y su dominio en el maratón.

Para Europa no es un problema de estancamiento. El descenso no sólo se aprecia en las clasificaciones, sino en la calidad de las marcas, que en ciertas especialidades es lamentable. La velocidad no existe prácticamente. No siempre ha sido así. En los años sesenta, el alemán Armin Hary fue plusmarquista mundial. En los setenta, el ruso Borzov ganó los 100 y 200 metros en los Juegos de Múnich. En los ochenta, el escocés Allan Wells ganó los 100 metros en los Juegos de Moscú y el italiano Pietro Mennea conquistó los 200 en la misma edición. La última y excelente producción de velocistas británicos, con el gran Linford Christie a la cabeza, está relacionada con la gran atención que se ha dedicado al atletismo en el Reino Unido, pero también con la masiva presencia de velocistas de origen caribeño.

La impresión es que el hombre blanco no sabe correr. Y ni tan siquiera eso: es el europeo blanco el que tiene dificultades en todas las distancias. Blancos son los grandes mediofondistas y fondistas magrebíes, capaces de superar a los kenianos. Blancos son Fiz, Antón y Roncero, reyes del maratón. Es difícil sostener una tesis simplista relacionada con la inferioridad física de los blancos. Jonathan Edwards, la quintaesencia del hombre pálido, es el gran dominador del triple salto, una especialidad considerablemente técnica, pero que requiere de rapidez y elasticidad. Lo mismo sucede en el salto de altura, donde los europeos defienden el pabellón con gran dignidad.

Las preguntas se suceden. ¿Cómo es posible que en muchas disciplinas el nivel de las marcas sea inferior a las que obtenían hace 25 años? ¿Por qué eran posibles Coe, Ovett, Cram, González, Abascal y Wessinghage hace 15 años y ahora sólo los españoles son capaces de bajar de 3.31 minutos en 1.500 metros? Se puede hablar de misterio, pero la realidad es diferente. Principalmente está relacionada con los sucesos políticos y sus derivaciones. El desplome del bloque comunista supuso el final de grandes planes de captación y organización en el atletismo. Pero sobre todo fue el ocaso del oscurantismo que permitía las prácticas salvajes de dopaje. Aquello sí que era lo más parecido a la barra libre.

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