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La estación del libro

JAVIER ELORRIETA Hay ocasiones en las que las estaciones del año tienen referencias simbólicas ineludibles. La aparición mental de objetos respecto a una época concreta del año suele ser inevitable en las percepciones personales. A ningún periódico, creo, se le ocurre hacer Relatos de invierno, por ejemplo. En cambio los Relatos de verano ocupan, junto a desenfadadas crónicas de sociedad e informaciones que reptan invertebradas, cantidad de la letra impresa en los magros diarios de la época estival. Justo en ese tiempo vacacional que es cuando, al parecer, el tiempo de ocio permite satisfacer la acumulación de interés literario y sucumbir al ataque de convulsión lectora. Y la que permite alcanzar a cubrir el número necesario de títulos para que el dato estadístico anual no quede tan raquítico que nadie osaría en dárselas de leído con ese bagaje tan reducido de libros a los que se les ha echado el ojo a la totalidad de su contenido el resto del año. Para algunos el libro está vinculado a la vacación.Y como, en general, la vacación se da en verano, las encuadernadas páginas aparecen junto al tinto fresco con gaseosa, la ensaladilla y los enseres veraniegos en la imaginería. Por ejemplo, el Sr. Aznar, aparte del padel y la instantánea del remojón playero con su señora, nos suele hablar en verano de los libros que lee. Enfatiza que se sumergerá en la lectura y propaga su afición por el género de la poesía. El año pasado nos informó de tener entre manos una antología, Los poetas tranquilos, que mi amigo Germán Yanke había realizado y prologado con un texto, que, dada su documentada y analítica densidad, me sugirió aquello de ¡que no es un prólogo! ¡Es un ensayo! Este año parece que repite el género, y ha concretado el nombre de otro amigo, Jon Juaristi, entre los autores de la versificación. En cualquier caso que la poesía atraiga a alguien con oficio tan prosaico me congratula. Porque no sé por qué motivo, pues no tengo ninguno, me parecía que a este presidente le atraerían más los libros de biografías, aunque fueran noveladas, y lecturas así. Como si tuviera que apostar sobre la música que le gusta, diría, con inocente espontaniedad, que la melódica española. Y es que a veces las apariencias pueden engañar. Pero si en esa anunciada inmersión en la lectura que el Sr. Aznar nos adelantaba gozosa, con un gesto que parecía relamirse culturalmente, encuentra un hueco para la "ciencia política", le recomiendo un libro de un colega de su partido. De aquel que parece ser que ofreció en el ara de los sacrificios al Sr. Pujol por exigencias del guión litúrgico en el templo de las necesidades del Estado. Pero que en realidad, es por la necesidad de poder gobernar con una ley electoral, que genera las chirriantes bisagras que hacen que la gobernabilidad de España no dependa tanto del número real de votantes, como de las fuerzas que menos les interesa precisamente el Estado. Aunque luego se apele a las necesidades del mismo. Y ya de paso se lo recomiendo a todos ustedes porque desconozco las razones,o las casualidades, o la causalidad, del por qué no se ha hablado más de un libro excepcional. Me refiero al Amarás a tu tribu de Aleix Vidal-Quadras. Y se lo sugiero encarecidamente a los redactores de la Declaración de Barcelona y los apologistas locales de la "imposición normalizadora". Como pasado el periodo estival, la estrambótica carga ideológica de esa declaración será pregonada aquí con renovados bríos, propios de campaña electoral, habrá que estar con el ojo de la sensatez política avizor. Otro amigo, tras la misma, con eso de la historia confederativa (y él que creía vivir en la zona vizcaína de la Confederación Autonómica Vasca), me confesó tener una mano, con la que escribe, atada a la espalda por razones de oportunidad en el tiempo. Ahora está de vacaciones, o sea leyendo para la satisfacción, no para el bagaje académico. Cuando vuelva se le va a soltar.

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