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Tribuna
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El sentido común también es necesario en el deporte

Verano de 1994, arde París. La celebración del centenario del Comité Olímpico Internacional, la envidia -uno espera que siempre sana- por los recientes éxitos del deporte español en esa ciudad y el calor asfixiante no impidieron una maniobra de desprestigio de la Administración francesa sobre nuestros deportistas.Cualquier observador podía pensar que la conversación que mantenía con la entonces ministra francesa de Deportes, mirando los dos al cielo, eran simples comentarios de la perfección francesa en la organización del centenario y lo maravilloso de ver a unos paracaidistas deslizarse en el entorno de la Tour Eiffel. Nada más lejos de la realidad. En aquella conversación trasladaba a la ministra la indignación que sentíamos y las consecuencias que se pudieran derivar del intento de hacer de Induráin un deportista dopado. Le explicaba la imposibilidad de seguir manteniendo una postura tan radical y desproporcionada y la animaba a debatir este problema en el marco de los responsables del deporte en los países miembros de la Unión Europea.

Mis conversaciones a lo largo de aquellos días con Alexander de Merode, vicepresidente del CIO y responsable del control antidopaje; con el señor Verbruggen, presidente de la Federación Internacional de Ciclismo, y con el propio Juan Antonio Samaranch, trataban en primer lugar de salvaguardar la dignidad y el buen nombre de Miguel Induráin, que, como no podía ser de otra manera, se consiguió, y en segundo lugar, alertar al mundo del deporte de la dinámica que Francia -una vez más sin contar con nadie- emprendía en una caza de brujas de la que unos años antes tuvimos un preludio con el asunto de Pedro Delgado.

Erradicar el dopaje debe ser una aspiración permanente de los poderes públicos y en esencia por lo que representa de salvaguarda de la salud de los deportistas. Sin embargo, en este tema la sociedad en su conjunto y especialmente aquellos que más intereses tienen sobre este mundo del deporte, deben quitarse la careta de una doble moral contra la que los deportistas deberían rebelarse. Si la gesta deportiva es épica -etapa de cinco puertos de primera categoría-, con la llegada de unos deportistas reventados se concita una audiencia de la que todo el mundo se beneficia: los medios de comunicación, los anunciantes, los patrocinadores, los organizadores, los técnicos, los deportistas, etcétera. La pregunta es ¿cuántos deportistas están capacitados para realizar una actuación de esta notoriedad sin ayuda de sustancias, muchas de ellas prohibidas? Y si esas epopeyas no se producen, ¿tienen entonces interés como espectáculo? Es verdad que muchos deportistas y entre ellos también los ciclistas cambian salud por dinero y reconocimiento social, pero de ello ¿no somos todos un poco culpables?

La lucha contra el dopaje tiene que ser sincera y coincido con Samaranch cuando afirma que esa lucha debe ir encaminada a defender la salud de los deportistas, en algunos casos contra su voluntad y en otros contra su ignorancia. Ahora bien, es imposible, en este contexto, seguir manteniendo que tomar sustancias que produce el propio organismo es nocivo para la salud, porque ello dependerá de las cantidades ingeridas. Estoy seguro de que las próximas investigaciones irán encaminadas a encontrar el umbral a partir del cual se pone en riesgo la salud. Hay que avanzar en el concepto famacológico, como ya se ha hecho con algunas sustancias, en detrimento del concepto químico que nuestro amigo Donicke, hoy fallecido, nos legó y que hasta ahora impregna el concepto antidopaje.

Todo lo anterior sirve para mostrar que el camino emprendido por Francia es insensato en sí mismo y sobre todo desproporcionado con el interés que se persigue. El mejor camino y más directo es prohibir la práctica deportiva profesional en territorio francés. Actuar al margen de los países de su entorno y de una manera tan chauvinista de la que son maestros es una insensatez. A mi juicio, el camino correcto no es criminalizar a los deportistas cuyo único delito es tomar una sustancia que alguien ha incorporado a una lista, tanto más cuando esta sociedad debate la despenalización de determinadas drogas. No es posible hacer del consumo de sustancias que incluso produce el propio organismo un delito penal, y eso es exactamente lo que han hecho los franceses.

La propia Federación Internacional debía haber advertido de la necesidad de que el Tour, competición internacional, no estuviera sometido a la legislación francesa, cuando ésta, por el devenir de algún capricho, se separa de la realidad que vive el deporte en el conjunto de los países desarrollados. Por eso la propia Federación Internacional, que viene dando ejemplo en su batalla contra el dopaje, debe retirar de su calendario el Tour hasta tanto las reglas con las que se dispute no sean las mismas, al menos, de los otros países que, junto con Francia, forman la Unión Europea. ¿Cómo es posible que un deportista pueda ser un criminal en Francia, un héroe en Alemania y disputar, con el beneplácito de las autoridades españolas, la Vuelta a España? Si el deporte es internacional, las normas bajo las que se tiene que regir son también internacionales e idénticas para aquellas pruebas donde participan deportistas de varias nacionalidades.

Por último, están los deportistas, los técnicos, los médicos y especialmente los españoles que viven momentos de desesperanza en suelo francés. Todos ellos saben que jamás defenderé las prácticas de dopaje, pero como deportistas y como personas merecen y tienen todo mi respeto y admiración.

El deporte español ha dado prueba de saber luchar por su dignidad y siento de verdad que el Gobierno no haya actuado, inmediatamente, en defensa de unos deportistas que no siendo culpables parece que sólo se les valora por la foto que uno puede arrancarles cuando llegan los triunfos.

Es ahora el momento de defenderles y en eso siento la falta de solidaridad del resto de deportistas españoles. Ya vendrá el tiempo de reflexión y en ello de nuevo el señor Samaranch ha dado pruebas de saber reaccionar en los momentos críticos, pero ahora todos aquellos que están en las fotos del triunfo debían haber estado en este momento en Francia y con un objetivo único: que a los nuestros no les arrebaten su dignidad, primero, como deportistas, y luego y más importante, como personas.

Rafael Cortés Elvira, ex secretario de Estado para el Deporte

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