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TOUR 98

El "caso Festina" amenaza a la cúpula del Tour

Fuentes de la investigación no descartan que sea llamado a declarar el director de la carrera, Jean Marie Leblanc

Luis Gómez

El caso Festina ha puesto de manifiesto para la policía francesa la existencia de una amplia red para adquirir sustancias prohibidas y administrárselas, bajo control médico, a los corredores del equipo. Pero algunas declaraciones de todos cuantos han sido interrogados amplían la línea de investigación, por el mero hecho de que han confesado que se trataba de prácticas generalizadas en la mayoría de los equipos. El propio diario Journal de Dimanche informaba ayer, apelando a fuentes jurídicas, de la posibilidad de que también sean llamados a declarar desde el patrón del equipo Festina, el español Miguel Rodríguez, al presidente de la Federación Francesa de Ciclismo, Daniel Baal, y al propio director del Tour, Jean Marie Leblanc, quien manifestó haber "descubierto la existencia de productos enmascaradores" hace unos días.

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Gérald Vinsoneau, el fiscal del caso, no descartó, en declaraciones al diario L`Equipe, que la investigación vaya más lejos, "si ciertos rumores se confirman". "¿Bessis [uno de los abogados de Willy Voet, el masajista del Festina encarcelado] quiere que se interrogue a Jean Marie Leblanc? Si esa es la voluntad del juez, lo haremos".

Las impresiones que recoge la prensa francesa, producto de las informaciones que se están filtrando del sumario abierto en Lille, no parecen dejar lugar a la duda: el masajista belga Voet, aquel a quien detuvieron con una verdadera provisión de productos prohibidos, no era más que un empleado del equipo Festina que cobraba un salario de 14.000 francos mensuales (unas 350.000 pesetas) y que cumplía con las órdenes que le daban. Voet está dispuesto a colaborar con la justicia. El médico del Festina, Éric Ryckaert, confesó que permitió que se siguieran haciendo las prácticas habituales de dopaje, pero que él no era el organizador. Para otros, el papel de Ryckaert y el del propio Bruno Roussel, fue precisamente el de "racionalizar los métodos de dopaje". El careo efectuado el pasado viernes entre estos tres personajes, permitió descubrir a la policía que el médico cobraba 6.000 francos de dietas (unas 150.000 pesetas) por cada día de trabajo en el Tour, lo cual quiere decir que el médico desarrollaba un papel muy importante en la preparación del equipo.

Confesión

Todos los corredores, a excepción de Richard Virenque, dicen haber reconocido que se dopaban. Alguno se quejó del trato recibido en comisaría, a lo que un policía que no se identifica contestó que "recibieron el mismo trato que los futbolistas interrogados en el caso del Olimpique de Marsella y la compra de partidos de la Liga francesa". La estrategia de los corredores es la de situarse en el mero papel de consumidores, lo cual no está penado por la ley francesa, pero fuentes judiciales sostienen que pueden terminar siendo imputados por haber participado, mediante un fondo común, en la financiación de la compra de productos prohibidos. Y, en ese punto, entra la interrogante de la participación de la casa Festina y la posibilidad de que también sea llamado a declarar el patrón del equipo, Miguel Rodríguez.Festina invertía cerca de 35 millones de francos (unos 875 millones de pesetas) en el equipo. La estrategia de la firma española es la de presentarse como perjudicado en la causa afirmando que su relación con el caso se limitaba a dar el dinero a la empresa Prosport. Prosport es una compañía de Bruno Roussel, el director del equipo expulsado de la carrera, y es la sociedad que contrata a los corredores, masajistas, mecánicos y médicos y compra el material para el equipo.

Esta práctica es habitual en muchos equipos ciclistas: el patrocinador da el dinero a una segunda empresa, que es la que monta la estructura del equipo. De esa forma, el patrocinador se libera de ciertos problemas fiscales y laborales. Festina, además, se ha guardado de contratar abogados a los corredores y al personal del equipo. Festina ha tratado de permanecer al margen en lo posible.

Sin embargo, algunas de las confesiones de quienes han sido interrogados pueden ampliar el abanico de personajes involucrados en el asunto. Miguel Moreno, uno de los directores del Festina, reconoció haber hablado de unas prácticas generalizadas en el mundo del ciclismo. En algún momento del escándalo, Moreno ha reconocido que el patrón del Festina podía estar perfectamente informado de lo que pasaba dentro del equipo. Hay que tener en cuenta que la vinculación de Festina al ciclismo no es un hecho reciente, sino que data de principios de 1990. Y, también, que Rodríguez ha sido un patrón que ha seguido muy de cerca la marcha de sus diferentes equipos.

Si había una práctica generalizada, como parece demostrar la coincidencia con el asunto del equipo holandés TVM, si de cuanto se hacía participaban médicos, masajistas, mecánicos, directores y corredores, ¿puede afirmarse que los dirigentes no estaban informados?

Algunas informaciones empiezan a apuntar más alto. Proliferan los interrogantes. ¿Por qué el presidente del la Unión Ciclista Internacional (UCI), el holandés Hein Verbruggen, introdujo la obligatoriedad de los controles de sangre a los ciclistas a pesar de la opinión en contra del propio Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI)? ¿Sabía Verbruggen que la utilización de EPO era una práctica generalizada en el mundo del ciclismo o sólo lo sospechaba? Y más sospechoso todavía, ¿por qué el Tour no ordenó controles de sangre el año pasado a los corredores del Festina y del Telekom, los dos equipos que protagonizaron la carrera y sí a todos los demás de cierta importancia? El caso Festina parece lejos de terminar. Esa es la sensación que predomina en el Tour.

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