"Nadie te ayuda a mantener un oficio como éste"
Segundo Garcés, artesano de tercera generación, se dedica a poner rejilla, anea y junquilla en los muebles
Segundo es, en realidad, tercero. El tercer sillero de nombre Segundo Garcés que ejerce en la calle de Mediodía Grande, 3, rúa pequeña pese al nombre. Las paradojas no acaban ahí: este artesano alterna la anea con la agricultura. Amén de reponer respaldos y asientos, cultiva en Toledo pimientos de Gernika.Desde 1941 ha habido un Segundo Garcés en este taller especializado en poner rejilla, anea y junquilla en los muebles que lo precisen. Aquí se instaló el abuelo, aquí siguió su hijo y, desde hace un par de años, lo regenta el nieto, que no ha puesto Segundo a su chaval "porque ya estaba bien".
"Me establecí aquí cuando enfermó mi padre, para echar una mano a la familia. Conocía el oficio de haber sacado alguna perrilla de chico", explica el tercer Segundo, de 41 años. Antes había ejercido trabajos tan dispares como vendedor de seguros, empleado en una piscina municipal o escayolista. "Menos físico nuclear o cosas así, los demás oficios se pueden aprender", sostiene. "En realidad, no me gusta trabajar, pero no me queda más remedio", añade sonriente.
-¿Es difícil ser sillero?
-Es una tarea como otra cualquiera, y me permite no tener jefe ni gente alrededor que me dé guerra.
-¿Por qué quedan tan pocos?
-Estos negocios no existen porque no lo son, o sea, que no han dado dinero nunca. Sólo son trabajos, y antes eran de morirse de hambre.
-¿Y ahora?
-Es muy difícil vivir de ello. Para intentarlo, he tenido que empezar a actualizar los precios que tenían mis padres, que cubrían poco más que el material. Cuando algún cliente dice que pido mucho, siempre le digo lo mismo: "Puede ser mucho dinero, pero caro no es".
-¿Cuánto cobra?
-Depende, tengo que ver el mueble y la complicación que tiene. Pero vamos, por poner un asiento normal de rejilla pegada suelo cobrar unas 3.000 pesetas. Si hay que hacerla a mano, la factura sube a unas 8.000.
-¿Los clientes protestan por la actualización de las tarifas?
-Las marquesas dicen que es caro, pero no les queda más remedio que pagar, porque, si no, no tienen a donde ir a reparar el mueble de turno. La gente de pasta paga peor que la que no la tiene, pero siempre ha sido así; por algo tienen dinero, digo yo. Aquí vienen clientes variados, desde anticuarios hasta el que trae una silla que no vale nada pero con la que está encariñado.
-¿El campo es más esclavo que las sillas?
-Por supuesto que sí. Ahora en verano tengo que madrugar para cortar los pimientos antes de venirme al taller.
Lejos de las hortalizas, Segundo Garcés entra en la trastienda -que fue la casa de su abuelo- en busca de la rejilla genuina, que aún hoy viene "de Filipinas" en madejas. Estas tiras marrones algún día fueron tallos de plantas como el bejuco.
El artesano introduce una fibra por el primer agujero lateral del asiento. "Esto son los tirantes, que se ponen en vertical", detalla. Cuando están listos todos los de ese andar, Garcés empieza a poner la rejilla en horizontal, trenzándola con los tirantes. Lo mismo tendrá que hacer con el tercer paso, al poner la trama en diagonal. Una estaquilla de madera introducida en los agujeros por los que pasa la fibra le ayuda a mantener el tensado.
"La rejilla manual es la más complicada de poner y la menos rentable de trabajar", sostiene. En cambio, la que viene hecha de fábrica sólo requiere pegamento, para adherirla, y humedad, para tensarla. Un junquillo que oculta la unión de la fibra con la madera delata a la rejilla industrial.
La junquilla y la "enea o anea" tienen otra técnica: hay que coger tres hebras y trenzarlas para ir componiendo el asiento a partir de una de las esquinas.
Segundo anda ahora preocupado con otra filigrana más complicada: los pleitos con su casero. "Quiere desahuciarme, y cualquiera encuentra otro local asequible aquí". "Nadie te ayuda a mantener un oficio. Los políticos sólo te ayudan de boquilla. Hablan mucho de la artesanía tradicional, y luego nada", lamenta.
Pese a todo, Garcés intentará mantener la tradición. Aunque siga oyendo a los clientes el ruego que ya indignaba a su abuela: "Quiero que me ponga un culo".
-¿Qué les contesta?
-Lo mismo que ella: "Yo le pongo el asiento, el culo lo pondrá usted".
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