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Verbena tránsfuga

PACO MARISCAL Fue a unos metros del mar, durante la anterior legislatura y en Peñíscola. Volaron huevos y los exabruptos quebraron la atmósfera del salón de plenos municipales. Era una moción de censura que intentaba desplazar a un alcalde y colocar a otro; antes se habían desplazado unos concejales de un asiento a otro o, sencillamente, habían movido el trasero en el mismo sillón. Peñíscola es bella si se contempla el mar; lastimosa cuando se divisan las edificaciones que ocultan sus murallas, y tragicómica con sus mociones de censura y sus tránsfugas. Estos días es un munícipe del PP quien se enemistó con sus correligionarios y el líder local de la oposición, del PSPV-PSOE, aprovechó presto la ocasión para presentar la correspondiente moción de censura. Pero no es el transfuguismo un fruto autóctono del Baix Maestrat. Ejemplares tránfugas maduran a lo largo y ancho de las tierras hispanas. Unas veces llevaron al poder a los cartagineses y otras a los romanos. Y los cartagineses de la izquierda y los romanos de la derecha habitaron gustosos con sus tránsfugas, porque a cada cual no le huelen mal sus propios excrementos. Claro que el transfuguismo tiene una cara fea y, por eso, los partidos mayoritarios y un montón de minoritarios firmaron el martes pasado y caluroso un Código de Conducta Política. Fue en Madrid y es un pacto o acuerdo con el que se intenta poner fin a la verbena municipal de las mociones de censura con música de tránsfugas. Los firmantes del acuerdo - el ministro del PP Rajoy y Alfonso Perales, secretario de la cosa municipal en el PSOE entre otros-, han calificado el transfuguismo verbenero de patología política, perversidad pública y acción propia de cambiachaquetas de figura antipática y despreciable. A lo peor son suaves, pero bien está lo que tarde llega. Porque el transfuguismo se movió generalmente por los caños sucios de intereses personales más o menos claros y más o menos corruptos. Y esos caños sucios se instalan en recovecos oscuros, ajenos a la transparencia democrática. Aunque, a veces, el transfuguismo se nos presenta o presentó de forma más sutil y perniciosa. Y es que hubo un transfuguismo interno o ideológico que floreció con mala fortuna en el ámbito de la izquierda: la derecha suele estar más atenta a sus intereses que a su ideología. Años atrás, por ejemplo, la fontanería de un PSPV-PSOE no renovado se empeñaba en confeccionar listas electorales con gentes de derecha por mor de atraerse un puñado de votos centristas, decían. La táctica llevó a los tiberios municipales y a ciertos transfuguismos que formalmente fueron más aparentes que reales. En Benidorm, digamos, ¿fue la famosa regidora Maruja la tránsfuga que llevó a Eduardo Zaplana a la alcaldía de la ciudad marítima del cemento, o fueron tránsfugas aquellos confeccionadores de listas electorales, faltos de convicciones políticas, que pusieron a una señora de derechas en las listas de un partido socialdemócrata que reclama el voto de la izquierda? La honestidad, la credibilidad de los políticos, la estabilidad de los gobiernos municipales, la trasparencia democrática tienen también algo que ver con las convicciones ideológicas en Peñíscola, en Ciudad Rodrigo y en Alcalá de Guadaira.

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