Monteseirín, el valor de lo superfluo
E ntre las instituciones españolas las hay exóticas, como el Tribunal de las Aguas; enigmáticas, como la Inspección del Timbre, y claramente superfluas, como las Diputaciones Provinciales, que en el Estado de las autonomías quedaron como corporaciones de palaciegas sedes y mullidas alfombras que tienen por finalidad poco más que competir con las cajas de ahorros en el patrocinio de los equipos locales de balonmano. Pero las diputaciones son además, o sobre todo, una generosa fuente de momios con los que retribuir a altos cargos y lugar de generosos presupuestos con los que tratar de conseguir imposibles como el de cimentar carismas políticos a base de pedestres operaciones de imagen. Los presidentes de las diputaciones suelen ser gentes hechas a la medida del viejo No-Do: con el mismo salero son capaces de cortar la cinta inaugural de una carretera comarcal que besar a la anciana más vieja de la provincia y regalarle un lote de libros sin tener en cuenta los demoledores efectos de la presbicia, como se ha visto hacer al malagueño Vázquez Alfarache. El carácter casi más benéfico que político de las diputaciones convierte a sus presidentes en elementos potencialmente populares: se aplican a la filantropía con unos ardores propios de primeras damas y sus fotos aparecen un día sí y el otro también en los periódicos regionales. Alfredo Sánchez Monteseirín es sin duda uno de los personajes más fotografiados de Sevilla. Y eso a pesar de que cuenta con una competencia muy dura, porque en esa ciudad viven también el directivo del Betis Gregorio Conejo, que se las arregla para posar junto a cualquier celebridad que pase a menos de diez kilómetros de distancia, y el andalucista Alejandro Rojas-Marcos, más conocido como Kodak-Marcos. Los editores gráficos de los periódicos sevillanos tienen trabajo extra desde que, hace tres años, Monteseirín llegó a la presidencia de la Diputación sevillana. Desde entonces, es raro el día en que los servicios de prensa de la corporación no les hace llegar tres o cuatro fotos. En todas aparece sonriente este hombre de cara redonda, barba cuidadosamente recortada y gafas de montura dorada que va a ser el próximo candidato del PSOE para la Alcaldía de Sevilla. Si hacemos caso a las encuestas, no parece que tanto gasto en fotos haya servido para fijar la imagen pública de este hombre. Cuando se es tan gris, todo lo más a lo que se puede aspirar es a "sonar a algo" y no a ser reconocido. Dentro del complicado mundo de las cofradías del PSOE, Monteseirín pertenecería a la de José Caballos. Pero eso no es más que una convención. Este hombre gris ha nacido para flotar. Es de esos políticos que rehuyen la polémica, que procuran molestar lo menos posible para lograr abanderar en los momentos difíciles soluciones de esas que se llaman "de consenso". Es, en fin, un tipo de político que suele tener mucho futuro porque al escapar de la controversia son pocos los que conocen sus limitaciones. En política, gente así gusta bastante. Especialmente, si tiene a mano unos buenos presupuestos que le permita hacerse de una buena clientela. Lo que no está tan claro es que las virtudes de Monteseirín le sirvan para hacerse con la Alcaldía de Sevilla. Incluso desde posiciones de izquierdas se considera que la ciudad demanda personalidades de más relumbrón. En Sevilla, incluso entre los votantes socialistas, está bastante bien visto ser aristócrata, como Soledad Becerril; tener los apellidos separados por un guión, como Alejandro Rojas-Marcos, o llamarse como una avenida y tener ilustres antepasados, como José Rodríguez de la Borbolla, su rival en las primarias y el hombre que le llevó de la mano a las Juventudes Socialistas en 1974. Monteseirín no pertenece siquiera ni a esa aristocracia roja que aparece en la llamada foto de la tortilla. A pesar de ello, en su biografía oficial trata de sacar lustre a su pedigrí: "Durante la transición democrática", se puede leer, "participó en diversos movimientos juveniles y universitarios progresistas". La edad -acababa de cumplir 18 años cuando murió Franco- no le permitió conocer más que la agonizante dictadura de la tromboflebitis, pero le permitió al menos añadir unas gotas de antifranquismo a su historial. Es muy poco probable que, en un plazo previsible, este hombre llegue a ser alcalde de Sevilla. Pero siempre le quedará la Diputación para seguir haciéndose notar gracias a unos presupuestos populistas que son generosos con los concursos de sevillanas y rácanos para mantener la fundación Luis Cernuda o el Festival de Itálica. Tenaz, el electorado dice en las encuestas que le gustaría votar al PSOE en las municipales sevillanas. Pero el PSOE, en Sevilla como en otros muchos sitios, se resiste a ganar eligiendo candidatos que no parecen capaces de entusiasmar ni a los electores más convencidos. Son las paradojas de las primarias.
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