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Tribuna
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Terceras primarias

Después de la designación sucesiva de Redondo Terreros (como candidato a lehendakari en los comicios autonómicos vascos del próximo octubre) y de Borrell (como candidato a presidente del Gobierno en las elecciones generales), el PSOE celebró el pasado sábado sus terceras primarias, convocadas esta vez para 7 comunidades autónomas y para 43 ciudades que acudirán a las urnas el 13 de junio de 1999. Salvo la desagradable bronca que enfrentó en Madrid al derrotado Joaquín Leguina con el ganador Fernando Morán y las inquietantes acusaciones mutuas de fraude entre los dos candidatos a la presidencia de la Comunidad de Aragón, la nueva edición de las primarias se ha desarrollado de forma limpia y civilizada; el éxito de su tercera experiencia tal vez signifique el irreversible punto de no retorno de esta innovación política.El 80% de los candidatos elegidos en las primarias encabezarán por vez primera una lista del PSOE: al menos en este punto, la voluntad renovadora de los socialistas es algo más que un recurso retórico. La dispersión territorial de las circunscripciones explica que el resultado final de la convocatoria haya estado condicionado por intereses locales y redes clientelistas antes que por alineamientos ideológicos y planteamientos políticos. En esta ocasión, la victoria de los candidatos oficialistas no debería ser interpretada como consecuencia de las manipulaciones de un malvado aparato para asfixiar a unos indefensos críticos: los militantes que eligen en las primarias a los candidatos socialistas para presidentes de comunidad o para alcaldes pueden sintonizar voluntaria y libremente con los delegados que designan a los dirigentes del PSOE en los congresos.

Algunos publicistas al servicio del PP, que suelen trasvestirse de socialistas honrados o de partidarios de la izquierda consecuente para mejor alquilar sus servicios, interpretan las votaciones del pasado sábado a la luz de un enfoque maniqueo que divide binariamente el mundo en realidades enfrentadas agonísticamente. Animados por el doble propósito de encizañar internamente a los socialistas y de alejarles de los caladeros electorales del centro, estos supuestos izquierdistas se inventan la existencia de dos bloques irremisiblemente antagónicos dentro del PSOE: los llamados social-liberales, dirigidos por Almunia y controlados a distancia por Felipe González, lucharían a muerte contra los socialdemócratas, liderados por Borrell y herederos de las mejores tradiciones de la II Internacional. Aunque la nueva edición de las primarias haya mostrado que las divisiones internas dentro del PSOE siguen líneas de fractura múltiples, superpuestas y cambiantes, estos infatigables predicadores de la unidad de la izquierda, es decir, de la rendición incondicional de los socialistas ante las vaciedades demagógicas de Anguita, trazan una imaginaria frontera - rígida, impenetrable e inmodificable- entre dos sectas facciosas organizadas bajo banderas, dirigentes, ideologías y programas irreconciliables. El corolario de ese disparatado diagnóstico es obvio: el estallido del PSOE a corto plazo, por un lado, y la victoria de la socialdemocracia liderada por Borrell sobre el social-liberalismo encabezado por Almunia, por otro, garantizarían al PP el monopolio del centro electoral y el plácido disfrute del poder durante largos años.

En un trabajo publicado en el último número de Claves de Razón Práctica, Carles Boix analiza las ventajas, las ambigüedades y los riesgos de la variante mixta de las primarias puras estadounidenses que el PSOE ha introducido audazmente en la política española. Es cierto que el procedimiento saca a la luz la conflictividad intrapartidista subyacente "a menos que se suponga una naturaleza cuasi angélica de los candidatos o que exista una cierta colusión entre ellos". Y también es verdad que el electorado castiga severamente en las urnas las luchas de facciones (como ocurrió con UCD y el PCE) y el cainismo de los dirigentes (como le sucederá al PP en Asturias). Pero si el PSOE evitara las escisiones y utilizara las primarias para renovar su oferta de candidatos, abrir la organización a las demandas de la sociedad y aumentar la participación de los militantes habría prestado un notable servicio a la revitalización de las instituciones democráticas.

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