La vara de medir
UNA TUMBONA. Trataba de elegir una tumbona para solazarme este verano, y antes de que me hubiera decidido por una, modelo Agadir, en haya maciza vaporizada y con reposapiés, me encontré con una cita de Gustavo Adolfo Bécquer en la información que manejaba: "La pereza dicen que es don de los inmortales y, en efecto, en esa serena y olímpica quietud de los perezosos de pura raza hay algo que les da cierta semejanza con los dioses". Bécquer me vendió la tumbona.LAS MEDIDAS. Después de que me tallaron en el cuartel, apenas he vuelto a tener curiosidad por cuánto mido -1,89, creo- si no es en los casos en que los más bajitos se han empeñado en conocer mi altura. Sostuve durante bastante tiempo que medía 1,86, y casi acabamos en bronca una noche porque un arrogante se empeñaba en que yo tenía que ser más alto que él. El secreto de su interés no radicaba en el empeño de darme más altura a mí, sino en que estaba seguro de medir 1,86 y para que eso fuera cierto yo tenía que medir más. Esta historia de bajitos y altos me la ha traído a la memoria el presidente Aznar, y no porque vaya yo a dar pábulo a eso que cuenta de que sus zapatos tienen truco: no me gustan las ironías sobre el físico, y tengo a mis seres más queridos y a mis jefes en las tallas pequeñas. La anécdota viene al caso por ese afán de Aznar en situarse en el centro -ahora reformista- sin que los demás nos lo creamos.
ESPACIO. El centro es un punto de ponderación y de equidistancia, un lugar de encuentro, difícilmente definible -razón demás para que se sitúen en él los tibios- y del que nadie se puede apoderar porque es una especie de salón de los pasos perdidos en el que ocasionalmente podemos coincidir todos. Pero no sólo es difícil definir el centro, sino localizarlo. Y es Anguita, por su izquierda, el que le pone mal la localización a Aznar, ya que si Anguita es la izquierda-izquierda, y nadie va a cambiarle la peana, entre Anguita y él tendrán que caber Almunia y Borrell, en el centro. Como por la derecha no tiene a nadie -acaba de decir que él ha acabado con la extrema derecha-, tampoco puede situarse Aznar entre Almunia y la nada para encontrar su centro. En consecuencia, ahí tenemos a un personaje con problemas de identidad que me recuerda a una amiga mulata que se gastó un pastón en lentillas azules porque todos la veíamos más oscura que lo que ella se reconocía.
MIRADAS. Aznar no consigue que lo veamos como él quisiera, y creo que le tengo oído a Carlos Fuentes que somos como nos ven los otros. Yo le pregunté a Tita Cervera si ha cambiado mucho después de casarse con el barón, y respondió que no, que es la misma de siempre, que somos los demás los que la vemos de un modo u otro. Aznar debe de haber cambiado mucho desde los tiempos en que fue inspector de Hacienda en Logroño -cuando defendía la presencia del general Franco en el callejero- y estos otros días en los que lee a poetas del 27. Pero así como él presume de sus lecturas, Tita Cervera puja por un picasso con la misma naturalidad con que le tiró los tejos a Lex Baster. Con parecida normalidad que Aznar, ella inaugura una exposición de Paul Klee. Pero con una diferencia: vas y le preguntas al presidente si le emociona Klee y responde que "naturalmente, mucho"; yo le dije a Carmen Cervera que no me la imaginaba fascinada por Klee, y contestó con toda franqueza: "No me emociona".
SIN SUPERIORIDAD. Una señora así carece de los complejos de superioridad que el presidente detesta, según contó éste en Galicia. Se ahorra además un riesgo: que, como dice Aznar, lleguen unos cuantos nigerianos o paraguayos y la pongan en su sitio. Sin ir más lejos, a Aznar, que se nos muere de sencillo, lo han puesto en el centro reformista.
POSDATA. Es menos comprometido para un rey darte un título que un apretado abrazo.
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