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La pereza

Ignoro si otras lenguas contienen una variedad de sinónimos, pareja a la castellana, para nombrar al ocio, a la pereza: holganza, recreo, gandulería, inactividad, fiesta, etcétera. Incluso el vocablo puente lleva tiempo alojado en el diccionario, en la octava acepción, descrito como "el día o días que, entre festivos o sumándose a ellos, se aprovechan para la vacación". Nuestro Madrid tuvo bien ganado renombre como concentración humana de gente desocupada, y era gustoso entretenimiento detenerse junto a cualquier obra pública callejera y observar, con morosidad, el moderado esfuerzo de los destajistas municipales. Afición desaparecida -como tantas cosas que los años se llevan- sin percibir incremento de la inclinación hacia el trabajo. La población pasiva, los jubilados, pensionistas y retirados de toda condición constituyen un sector en continuo crecimiento, aunque rara vez avistemos a uno de ellos acomodado en los bancos públicos, dejando transcurrir las jornadas que le quedan. El ajetreo de la existencia moderna ha prendido con fuerza en la tercera edad y -como he tenido ocasión de reseñar aquí, por experiencia propia- estamos todo el rato de un sitio para otro, amortizando el bonobús en los medios de transporte colectivos.Siempre consideré, con secreta envidia, al madrileño ocioso, especie singular que parece en vías de extinción si alguien no lo remedia. Según la Real Academia, la ociosidad es la cesación del trabajo, la inacción o total omisión de la actividad, con lo que estoy en desacuerdo. Creo, más bien, que se trata de una sustitución dinámica, todo lo imperfecta que ustedes quieran. El genuino holgazán no es una persona vagabunda que descarte el trabajo, ni un ocioso voluntario. Obsérvese que eludimos, con la máxima delicadeza, mencionar el paro, que es palabra mayor. La jubilación tiene raíces comunes con la alegría y el contento, calidades intrínsecamente positivas. El jubileo fue una solemne fiesta hebrea que se celebraba cada 50 años, 100 según otras versiones, largo fiado, en consonancia con el espíritu laborioso de esa raza, que contrasta con el casi permanente jolgorio de griegos y romanos, de fértil inventiva a la hora de declarar semanas o meses de asueto y parranda, para lo cual hubieron de sacarse de la toga una variada nómina de dioses jocundos.

El perezoso, el holgazán, es el refinado producto de las sociedades avanzadas, el que renuncia a la fatigosa competición y desdeña las rastreras ambiciones de quienes son capaces de todo por ocupar los lugares preeminentes. En la colmena altamente competitiva donde nos encontramos, el haragán resulta un ser generoso y pacífico, que rehúye la disputa y desiste del antagonismo cainita por una jefatura o una promoción profesional. Consideremos, pues, la gandulería, antes que un vicio o pecado, síntoma de generosidad espiritual, de conformidad, incluso, con algo menos de lo necesario. No son sujetos vecinos de la pobreza o la miseria, como algunos moralistas vienen defendiendo desde hace siglos, sino especímenes de altruismo y liberalidad. El perezoso se detiene en el umbral de la inanición por instinto de supervivencia y necesita poner en funcionamiento el cerebro para sobrevivir. Simplemente es una especie de contestatario civil que prefiere viajar en el automóvil de un amigo y darle palique durante el trayecto, en el autobús o en el cochecito de San Fernando y carece de impulsos concupiscentes ante el despliegue de las marcas.

Reconozcamos que encierra mérito desempeñar con acierto cualquier tarea y a ello se aplica, con empeño borreguil, la mayor parte de la humanidad. Un servidor, sin ir más lejos, no hizo otra maldita cosa, de lo que evito envanecerme o avergonzarme. Lejos está también de nuestro ánimo estimular la pigricia, aun convencidos de que el tipo humano que abocetamos es un producto tanto de inclinación somático-irresistible como de postura filosófica ante la transitoriedad de los bienes terrenales, la dureza y dificultad de las oposiciones, si no se tienen influencias en el correspondiente tribunal; y las energías que despliega el prójimo para incrustarse en los mejores puestos del escalafón. El vago constitucional se permite un gesto de condescendiente cortesía: "Para ti la perra gorda. Total, son cuatro días...".

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