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Las carencias de Holanda, al descubierto

Bélgica, un equipo de otro tiempo, atascó la máquina de la "naranja mecánica III"

Carlos Arribas

Dos viejos y un gordo pusieron en evidencia a una máquina anunciada como el regreso de la naranja mecánica, tercera parte. Nada mejor que el Estadio de Francia, líneas nítidas, orden, limpieza y claridad, para acoger la puesta en marcha de la campaña mundialista de los herederos del fútbol total. Ironías del destino, el futurista estadio enseña del siglo XXI sirvió sólo de escaparate de un fútbol pobre pero apañado, anclado en los pies de los viejos Van der Elst (37 años) y Staelens (34), y del gordo Wilmots. Bélgica, la pariente pobre de Flandes logró, sólo con esas fuerzas, poner en evidencia todas las carencias de los mejores jugadores del mundo en un equipo que no existe.El fútbol que enseñaron los abuelos de estos De Boer, Seedorfs, Kluiverts, Overmars y compañía hablaba de velocidad, toque y desmarque. De remate rápido e imprevisto, de campo compactado, de relevos e intercambios. Siempre con la pelota. Estos De Boer, Seedorfs, Kluiverts, Overmars y compañía se han quedado con lo de la pelota. Pero para ellos solos. Los conceptos se los saben. Es el fútbol que han jugado desde enanos. El fútbol que les dejaba boquiabiertos cuando sus abuelos (léase Cruyff, Rep, Neeskens, Rensenbrick, Keizer y compañía), o sus padres (o sea Gullit, Van Basten, Rijkaard, Koeman y compañía) se ponían a jugar. Y todos son buenos jugadores. Todos son rápidos y técnicos, son guapos, tienen regate y remate, conceptos y fútbol. Se plantan delante de los rivales y asustan. Encima juegan sin complejos. Con tres delanteros en estos tiempos, y con tres defensas también. Abren el campo y crean espacios. Pero no son un equipo. Mucho solista junto sin director de orquesta. Todo lo más, de vez en cuando, tres o cuatro se hacían un guiño (orquesta de cámara), la tocaban rápido, se movían y en un plis plas se plantaban delante de De Wilde y hacían enmudecer a la gente. Lo hizo Overmars en el minuto 5 (su disparo, rechazado por el portero, cayó a pies del torpón Hasselbaink que lanzó fuera con toda la portería vacía). Lo hizo Kluivert, en el minuto 19, con un maravilloso pase en profundidad a Overmars. Y poco más.

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El resto fue un concierto de solistas. La jugada habitual era que Ronald de Boer empezara a tocarla en corto en el centro. La defensa belga, habitualmente seis en línea, retrocedía pánfilamente, sin meterse a perder energías intentando romper el rondo. Y así se quedaban: los seis en línea, en el borde del área mirando, mientras el balón caía en una banda. Si era en la derecha, para Seedorf. Es decir, unos segundos de parón mientras el madridista la tocaba un par de veces e intentaba desbordar. Si era en la izquierda, la cosa mejoraba algo. El aclarado también se ponía en marcha, pero el que recibía el balón era Overmars. Otra cosa: rápido y desbordante. Y si caía al centro, para Kluivert, una mezcla de Overmars y Seedorf. A veces genial, a veces, más, desesperante. Hasta en su tonta expulsión, provocada hábilmente por el viejo Staelens.

Si Holanda tiene jugadores, aunque no equipo, Bélgica, la viceversa. Son una cosa limitada, pero, por lo menos lo saben. Son viejos y perros. Saben ser duros para acogotar a los niñatos y saben ser veteranos para sacarles de quicio. Pero tienen a Van der Elst, que sabe de fútbol como si lo hubiera inventado él para racanear en el esfuerzo cuando es necesario y vaciarse cuando merece la pena. Y pusieron en duda la capacidad de los niños guapos de hacer algo en el Mundial.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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