Libreros
Juan Goytisolo suele desmarcarse siempre de ese tipo de escritores de "cada año, un huevo" como define el autor de Señas de identidad a muchos de sus colegas que publican un libro cada 12 meses. Inclasificable y maldito, alejado de los cenáculos y de los focos, escritor que ha construido una obra singular, Goytisolo describe magistralmente con esta metáfora de una granja industrial el circo que en ocasiones rodea el mundo de las letras. Convertida en un fenómeno de masas tan cultural como económico, la literatura ha adoptado las recetas de la fama que se cocinan en torno a actores o modelos, políticos o deportistas. En este vertiginoso cambio de modos, los libros han ganado sin duda lectores y reconocimiento social, pero han perdido ese carácter de joyas artesanas, de objetos un tanto mágicos y misteriosos. Toda la cadena, nunca mejor dicho, por donde discurre la literatura se ha visto afectada por la mercantilización. Así las cosas, desde las editoriales con técnicas cada día más norteamericanas hasta unos autores convertidos en estrellas del espectáculo, todos han tenido que aprender a representar sus nuevos papeles. Pero quizá sea el librero el personaje que más añoran los lectores. Dispuestos en las enormes mesas de las grandes superficies, donde unas novedades devoran a las anteriores a un ritmo frenético, los libros suelen estar ahora acompañados por dependientes intercambiables por mancebos de botica o por aprendices de carnicería. Sólo algunos profesionales escapan, con imaginación y sin nostalgias, de ese panorama aséptico y de luces frías de las nuevas librerías. Y entre estas excepciones destaca el perfil de una moto que conduce una alemana alternativa y culta, de nombre Heide, que recorre Valencia para atender a sus clientes. Al estilo de una librería andante, Heide mantiene desde la modernidad la eterna pasión por los libros.
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