El largo viaje
Arantxa, la mejor jugadora del tenis español, vuelve a la élite munidla tras superar su más grave crisis
En 1995 Arantxa alcanzó su cumbre. Entre febrero y junio de aquel año se mantuvo durante 12 semanas como número uno del mundo y compartió aquel trono con el del ránking de dobles. Dominó las dos clasificaciones y vio de esta forma realizado uno de los sueños de su vida. Pero aquella situación de privilegio supuso el comienzo de una crisis de identidad que se intensificó en 1996 y que se concretó la pasada temporada.Aquel 1995 Arantxa disputó tres finales del Grand Slam y las perdió. Y al año siguiente volvió a jugar las de Roland Garros y Wimbledon y la de los Juegos Olímpicos de Atlanta. Y perdió de nuevo las tres. A cualquier tenista aquella situación le habría parecido increíble. Pero a Arantxa le preocupó. "Jugar tres finales grandes en 1996 y perderlas fue duro para Arantxa", cuenta Emilio Sánchez, su hermano mayor. "Ella es una jugadora que está acostumbrada a ganar y que tiene un alto nivel de exigencia consigo misma. Es una ganadora y eso la hizo sufrir".
La situación empeoró en la parte final de la temporada, donde sus resultados no fueron los esperados. Y la crisis se agudizó en los comienzos del 1997. Era una situación nueva para Arantxa, que siempre había sido puesta como paradigma de la solidez, la regularidad y la fuerza mental. No encontraba soluciones y recurrió a la persona que más quería: su hermano Emilio. "Le he dicho a Arantxa que con humildad y mucho trabajo podrá superar la situación", explicó el mayor de la dinastía de los Sánchez cuando anunció que iba a dedicar parte de su tiempo a su hermana.
"El peor momento se produjo en la Copa Federación", recuerda Emilio. España se desplazó a Bélgica en la primera ronda y Arantxa perdió los dos puntos ante jugadoras muy inferiores a ella. "No sabía ni donde tirar la pelota", reconoce el hermano mayor. "Pero tal vez fue bueno para ella, porque la obligó a hacer una cura de sinceridad consigo misma. Le costó cambiar el chip, pero eso la ayudó". Era el mes de febrero. La situación no comenzó a enderezarse hasta junio, cuando tenía que defender los puntos de la final de Roland Garros y de Wimbledon.
Llegó a París con muchas dudas, pero comenzó a despejarlas. Llegó a los cuartos de final y perdió contra la número uno, Martina Hingis. Y después en Wimbledon alcanzó las semifinales, donde sucumbió frente a la checa Jana Novotna. Allí evitó un cierto descalabro en su clasificación mundial. "Pero lo más importante fue que en la parte final del año comenzó a obtener buenos resultados en rápida y se dio cuenta de que estaba recuperando la forma", agrega Emilio.
Aquello la llevó a una profunda reflexión. No iba a rendirse. Todo lo contrario, redoblaría su esfuerzo. Desde que concluyó la temporada en noviembre hasta el pasado mes de enero, Arantxa trabajó a destajo. "Llegaba a las pistas a las 9 de la mañana y se marchaba a las 8 de la noche", explica Angel Giménez, a quien Emilio ha cedido la mayor parte de la responsabilidad de preparar a Arantxa. "Incluso el día de Navidad quiso entrenarse", explica su madre Marisa. Por primera vez, Arantxa y su madre viajaron a Australia el último día de diciembre y tuvieron que celebrar la Noche Vieja en el avión.
En Australia comenzó a recoger los frutos de su intenso trabajo. Ganó en Sidney su primer torneo en los últimos dos años. Después llegó a los cuartos de final en Melbourne. Pero una rotura fibrilar en la pierna izquierda la dejó parada tres semanas. Cuando regresó llegó a las semifinales del Lipton. Pero volvió a caer, con un problema en la muñeca. Pero en Roma ya cogió el tono de su juego y llegó a París en buenas condiciones. Eliminó a Serena Williams y Lindsay Davenport, y se plantó en la final. Fue su regreso a la élite.
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