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Reportaje:

Los "paparazzi" de Diana

Los jueces franceses confrontan a los testigos de la muerte de Lady Di con los fotógrafos que la siguieron

Los turistas han convertido la escultura vecina al puente del Alma en un lugar de peregrinaje. Se trata de una ampliación de la llama de la estatua de la Libertad. Por su forma y color dorado, se diría un monumento en honor al muslo de pollo, pero para esos centenares de turistas que visitan ese lugar junto al Sena no cabe la menor duda: se trata de una obra en memoria de Diana, la princesa del pueblo.Ayer, la dianofilia se concentraba en otro lugar, frente al Palacio de Justicia de París. Los dos jueces instructores habían convocado a los nueve fotógrafos, un motorista y ocho testigos de la loca carrera entre el Mercedes de Diana y Dodi al Fayed y los distintos vehículos de los paparazzi.

Mohamed al Fayed, el millonario propietario de los famosos grandes almacenes londinenses Harrod's, también estaba presente en forma de viajero de una escuadra de limusinas y protegido por un ejército de guardaespaldas, mientras que Frances Shand Kydd, la madre de la princesa, lograba pasar inadvertida. Fuera, junto a la verja, se congregaban decenas de cámaras y periodistas, pero también de curiosos no profesionales. «Han sido víctimas de un compló del espionaje británico», podía leerse en una hoja que repartía uno de ellos, «y la mejor prueba de ello es que no hay la menor prueba. Los servicios secretos no dejan rastro», concluía el texto. Otro dianófilo se paseaba con una pancarta en la que rezaba: «Todo esto es un asesinato».

En el interior, los jueces Hervé Stéphan y Marie-Christine Devidal intentaban precisar el alcance de ese «todo» aludido en la pancarta. Se trataba de contraponer los distintos testimonios, de dilucidar el porqué de ciertas contradicciones. «Todo va muy bien. El juez es formidable, fantástico», decía Mohamed al Fayed aprovechando una breve suspensión de los interrogatorios. Ese entusiasmo por el trabajo de la justicia no le impedía añadir que «si no estuviese en un tribunal, les ahorcaría a todos». En este caso, ese «todos» era más preciso: se refería a los paparazzi, que Mohamed al Fayed y su abogado Georges Kiejman continúan creyendo «elemento principal del accidente».

La opinión pública y los propios medios de comunicación han exculpado en gran parte a los famosos paparazzi. Los 1,82 gramos de alcohol encontrados en la sangre del chófer, Henri Paul, relativizan la hipotética responsabilidad de los fotógrafos en el choque. Es más, la reconstrucción realizada la semana pasada en el circuito automovilístico de Montlhéry de las circunstancias del accidente han probado también que la moto que perseguía el Mercedes nunca pudo ponerse a su altura, o delante, una vez pasada la leve bajada que conduce al túnel de Alma, ya que la moto, a la misma velocidad, se hubiese estrellado mucho antes.

Además, monsieur Paul estaba bajo tratamiento antidepresivo para ayudarle a dejar la bebida. En su cabello, la autopsia ha revelado la presencia de Prozac, Aotal y Tiapridal, lo que parece un cóctel explosivo cuando se riega con un pastís doble, tal y como el chófer hizo en el bar del Hotel Ritz antes de ponerse al volante. Los bien aleccionados camareros del hotel intentaron hacer creer que la bebida blancuzca era zumo de pomelo.

Tampoco el famoso pero ilocalizable Fiat Uno blanco sirve para exculpar la conducción etílica del Mercedes. «Fue el Fiat Uno el embestido y no al revés, con lo cual queda resuelto el problema de eventuales responsabilidades», concluía un magistrado.

George Kiejman, abogado de la familia Al Fayed, decía que «esta jornada de careo no va a aportar nada nuevo, como no sea clarificar la posición de cada uno de los implicados y su orden de llegada». Y eso es importante cuando las dos acusaciones que pesan sobre los fotógrafos son «homicidio involuntario» y «no atender a personas en peligro».

Dentro y fuera del Palacio de Justicia, el padre de Dodi y la madre de Diana no intercambiaron una palabra. «Nuestros intereses son comunes. Ella perdió a su hija; yo, a mi hijo», dijo el millonario. Pero «usted ya sabe cómo son esa gente, se creen de otro mundo, de la Luna, no son como usted y como yo. Si quiere hablarme yo no tengo inconeniente». Pero esa voluntad no se manifestó. Quizá porque no hay el menor interés en mantener unido en la muerte lo que sí lo estaba en vida.

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