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Tribuna
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Una 'troika' para el PSOE

La campaña de las primarias del PSOE, el triunfo de José Borrell, contra el apoyo prestado por el aparato al secretario general Joaquín Almunia, y las repercusiones organizativas que se plantean ahora para el partido invitan a buscar paralelismos y similitudes con situaciones similares y antecedentes de otros países. Dentro de la familia socialista funcionó con éxito durante bastantes años en el SPD alemán un esquema de gestión conocido como la troika, que podría servir de modelo al PSOE.Contaba el SPD con tres dirigentes fuera de serie por su gran capacidad y a los que, además de su vinculación ideológica y militancia en el partido, unía una larga lista de agravios, celos, resentimientos y envidias. Esos tres dirigentes se odiaban de corazón, pero el partido vivió bajo su liderazgo su etapa de mayores éxitos de la posguerra, que concluyó precisamente cuando la troika dejó de funcionar.

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El SPD de Willy Brandt, Helmut Schmidt y Herbert Wehner podría inspirar al PSOE de Felipe González, José Borrell y Joaquín Almunia para llevar adelante el partido tras las primarias. Los tres socialdemócratas alemanes se comprometieron a una división del trabajo, por encima de sus sentimientos y resentimientos personales, que permitió a su partido gobernar durante 13 años. Brandt ejercía lo que en sociología se conoce como un liderazgo afectivo, mientras que Schmidt era un perfecto líder instrumental. El tercero de la troika, Wehner, el menos conocido en España porque nunca llegó a la jefatura del Gobierno, era tal vez el más importante, el encargado de guardar las espaldas a los otros dos en el Bundestag, donde manejaba con mano de hierro al grupo parlamentario del partido.

Las relaciones personales entre Brandt, Schmidt y Wehner eran penosas. No obstante, los tres eran conscientes de que la gestión política estaba por encima de los afectos, que pasaban a un segundo plano ante las necesidades funcionales del ejercicio del poder. Cada uno cumplía su papel a la perfección. Esto hizo posible que el SPD lograra sus mayores éxitos. En una primera fase, la popularidad de Brandt le convirtió en líder indiscutible del partido: en 1969 llegó a la Cancillería y gobernó cinco años, hasta su dimisión en 1974 como consecuencia del escándalo del espía Guillaume. En realidad, el caso Guillaume, un espía comunista en el antedespacho del canciller en Bonn, sirvió de pretexto a Wehner, el hombre que movía los hilos en la sombra, para retirar del poder ejecutivo a un Brandt que ya daba muestras de agotamiento y de haber perdido la capacidad y ganas de gobernar.

Como muestra palpable del deterioro de las relaciones personales baste señalar que Wehner ya había empezado a serrar el piso sobre el que se movía Brandt mucho antes de que ocurriera lo de Guillaume. El estricto moralista ex comunista estalinista Wehner no soportaba los líos de faldas y la afición al vino y a la buena vida de Brandt, a quien consideraba un golfo frívolo. Cuando estalló el escándalo Guillaume, Wehner le planteó a Brandt que no le quedaba otra alternativa que dimitir. Sin el apoyo de Wehner, Brandt se encontraba en un callejón sin salida y tras superar su crisis personal, que le hizo incluso pensar en el suicidio, dimitió y se centró en sus tareas de presidente del SPD. Al mismo tiempo, Schmidt pasó a ejercer la jefatura del Gobierno en la Cancillería, mientras Wehner seguía con sus funciones de cancerbero del grupo parlamentario en el Bundestag.

Este modelo, con el canciller Schmidt en el Gobierno, Wehner en el Parlamento y Brandt en el partido, funcionó como una máquina perfecta durante ocho años más, aunque las relaciones de la troika entre sí estuviesen bajo mínimos y hasta puede decirse que congeladas. Parece incluso que Brandt no volvió a cambiar una palabra más con Wehner, a quien consideraba, en buena parte y con razón, responsable de su caída. Al líder afectivo Brandt le amaba el partido; el líder instrumental Schmidt gobernaba y asumía la cuota necesaria de descrédito que implica la asunción de medidas impopulares y el cancerbero Wehner se aseguraba de que no faltase el imprescindible apoyo parlamentario al Gobierno de coalición entre socialdemócratas (SPD) y liberales (FDP). Cuando las bases se rebelaban contra medidas impopulares del Gobierno, Schmidt, quien siempre hizo honor a su mote de El bocazas, no tenía el menor reparo en manifestar: "Decidle a Willy que ponga orden en la pocilga". Wehner seguía ocupado de lo suyo: mantener la disciplina de un grupo parlamentario que tenía que tragarse un sapo tras otro.

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Todo funcionó hasta el día en que el SPD no pudo aguantar por más tiempo las medidas impopulares de recortes del gasto público y aprobar el estacionamiento de los cohetes nucleares de la OTAN en territorio alemán. Ni Brandt podía sujetar por más tiempo las riendas del partido, ni Wehner las del grupo parlamentario, y Schmidt resultó insostenible por más tiempo. Los liberales vieron que su socio de coalición se venía abajo, cambiaron de pareja y le abrieron el poder a la democracia cristiana (CDU/CSU) y a la era Kohl, que ahora parece tocar a su fin.

Al PSOE no le vendría mal estudiar el ejemplo de la troika alemana y ver si se puede aplicar en España el modelo de un Felipe Brandt, un Helmut Borrell y un Herbert Almunia. Sólo la superación de los contenciosos personales y su subordinación al éxito de la empresa común, como consiguieron en su día los socialdemócratas alemanes, podría llevar de nuevo al PSOE a La Moncloa.

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