Barro y sudor al son del pavés
Europa, la vieja y tradicional Europa, está empeñada en enseñarme a ser ciclista. En su corazón ciclista, en los pavés de la Francia valona, en los muros de las Ardenas belgas, he experimentado esa cosa llamada tensión. Definición: excitación, impaciencia, esfuerzo, exaltación. Realidad: empujones, codos, frenazos, cuneta, chillidos, y alusión a la madre o demás familia de más de uno (¡qué culpa tendrán ellas!). El mundo es un gran campo de batalla donde se enfrentan sin piedad el bien contra el mal, decía San Agustín, y ya sabemos que en este circo el mal de unos es condición sine qua non para el bien de otros.
París-Roubaix, es decir anacronismo. Huesos que tiemblan al compás del pavés, danza sobre la piedra a la melodía del fango. Viejos caminos agrícolas, hoy protegidos, que esconden crípticos secretos entre sus agujeros. Muy pocos tienen la clase para desvelarlos. Pero mis músculos, mis huesos, mis articulaciones fueron cómplices de ellos por un día.
¡Último pavés (una bendición), curva y velódromo! Soy parte de la leyenda. ¿Soy? Me miro y soy una máscara de mí mismo. Barro y sudor, pensaba, pero tras la ducha el espejo me devolvió un rostro diferente del que había visto poco más de siete horas antes. Lo conocía, pero había cambiado tanto...
Infierno del norte, lo llaman. Sí, pero también puerta del paraíso.
Dijo el hierro al imán: a ti es a quien más odio porque atraes pero no eres lo suficientemente fuerte como para retener. Un día yo fui hierro, y el pavés fue mi imán.
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