Un purgatorio entre la tierra y el cielo
Las polémicas obras de ampliación del no menos polémico aeropuerto de Barajas se encuentran ampliamente glosadas en el pasillo central de la terminal 2, eje medular del primitivo edificio, gloriosa reliquia de la aviación civil española en vías de remodelación permanente. Allí, a través de varios paneles, el viajero recibe una rigurosa información sobre las mejoras recientemente acometidas en las instalaciones para mejorar el servicio. Una información que el viajero agradece, sobre todo, porque le sirve para matar el tiempo de demora ritual de su vuelo.Después de tan pedagógica lectura, el viajero acaba convencido de que cualquier problema que pudiera acaecer en este mejorado, ampliado y rehabilitado edificio, incluidas las demoras, ha de achacarse indefectiblemente a las compañías aéreas usuarias, las inclemencias meteorológicas, los conflictos laborales o a la propia torpeza de los viajeros, incapaces de guiarse en este laberinto de ampliaciones, remodelaciones y apaños transitorios que se superponen, se complementan o se anulan según las necesidades y avatares del momento.
Para el viajero residente en Madrid hay en estos paneles una información de especial interés, un estudio comparativo entre el nivel de ruido "aéreo" que han de soportar los habitantes de las áreas más cercanas al aeropuerto y el nivel de ruido "terráqueo" que sufren los pobladores del casco urbano de la capital. Un estudio que demuestra que en cuestión de decibelios resulta más sano y ecológico vivir junto a una pista de despegue que hacerlo en la plaza de Castilla o en la Gran Vía.
De éstas y muchas más cosas se puede enterar el viajero "demorado" si, hurtándose a la fácil tentación de echar una cabezada en uno de los cien mil rincones habilitados al efecto en tan inhospitalario inmueble, decide sacudirse el muermo y hacer un poco de ejercicio.
Un higiénico paseo entre la terminal 1, vuelos internacionales, y la nueva terminal 3, puente aéreo y vuelos regionales, equivale a una media maratón, incluso utilizando pasillos, rampas y escaleras mecánicas. Si el itinerario se efectúa cargando maletas o uno de esos mastodónticos bolsos que algunos viajeros quieren hacer pasar por equipaje de mano, el ejercicio alcanza la categoría deporte de riesgo y aventura.
El pasillo central de la vieja terminal 2 desemboca al cabo pocos metros en la pecera del aeropuerto, un gran escaparate sobre las pistas concebido ara asombro y recreo de visitantes en los primeros tiempos, cuando viajar en avión era un lujo y, por lo tanto, un misterio y en las instalaciones de Barajas eran más los mirones y los acompañantes o esperantes que los viajeros.
Los inquilinos de la pecera no son los aviones, sino los espectadores que antes contemplaban los aterrizajes y despegues con la boca abierta de admiración y ahora boquean bostezan de hastío frente al mismo espectáculo, espectáculo que desde este privilegiado mirador, y sin condicioamientos horarios, sigue ejerciendo cierta fascinación.
Superados el exhibicionismo y la coquetería de los primeros tiempos y saciada la curiosidad delos ciudadanos, losaeropuertos pasarona servir para la función que habían sido creados, el embarque y desembarque de pasajeros. Víctimas de esas transformaciones sucumbieron en el aeropuerto de Barajas instalaciones como la capilla o el cine que funcionaron en su interior. Dos iniciativas recuperables hoy para aliar las horas de tediosa espera con resignación cristiana o con una película de vaqueros. Porque lo cierto es que los aeropuertos, he aquí una elocuente muestra, no se han resignado a ser lugares de paso y han evolucionado hasta convertirse en legítimos y amplísimos centros comerciales.
Pasillos, vestíbulos, galerías, salones, recodos y recovecos, olvidables espacios de paso, bullen hoy de actividad comercial en Barajas. Hasta el extremo de que algunos viajeros penitentes, hastiados y rencorosos, van por el mundo difundiendo el burdo rumor de que los responsables del aeropuerto pactan los retrasos de los vuelos con las compañías para dar tiempo a que los viajeros puedan disfrutar sin prisas de los múltiples y variados establecimientos comerciales que alegran el triste y expectante paisaje de este purgatorio entre la tierra y el cielo.
De la boutique de lujo a la vendedora de lotería, el aeropuerto de Barajas ofrece a sus potenciales clientes una extensa red de librerías y puestos de prensa, estancos, agencias de regalos y complementos, pastelerías, cafeterías, cervecerías, hamburgueserías, bagueterias, restaurantes, tiendas de moda, autoservicio, carta o menú, y en los espacios libres, cajeros automáticos, máquinas expendedoras de sandwiches, patatas fritas, refrescos o tabaco, videojuegos y atracciones infantiles, sin contar las tiendas libres de impuestos para los viajeros internacionales y los servicios complementarios como alquileres de coches y oficinas de compañías aéreas.
En resumen, podría decirse que en el aeropuerto de Barajas puede usted encontrar todo lo que necesite o desee para subir al avión, menos el avión en sí mismo.
Como centro comercial, Barajas no es precisamente barato, pero la relación calidad/precio ha mejorado sustancialmente con la desaforada competencia. Hasta hace poco, cuando uno entraba en una cafetería de Barajas y echaba una ojeada a las caras de la clientela, tardaba en darse cuenta de que no había ocurrido ninguna catástrofe aérea, sino que, simplemente, acababan de pasarles la cuenta.
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