Futuro
Quienes decimos que el momento actual del arte es el de su acabamiento, tenemos problemas. Algunos artistas se ofenden porque creen que negamos el valor de su trabajo. Es todo lo contrario: sólo quien toma muy en serio el arte actual cree imprescindible una teoría que explique los chocantes cambios que se han producido desde el final de la abstracción. Por ejemplo, que la pintura ya no es la práctica más influyente, o que las artes están dominadas por la narración. Quienes mantenemos que el arte está ocupando espacios inesperados y vaciando de sentido los museos, obsesionados con el repertorio de las vanguardias del siglo pasado, intuimos que la expansión artística puede llegar a ser tan popular como la sofística en tiempos de Sócrates o el cristianismo en tiempos de san Agustín, lo que exige un replanteamiento radical del concepto de arte. Ello disgusta a ciudadanos bien situados, poco animados a que el presente no sea explotación, sino proyecto.La política es uno de esos espacios en los que el arte está penetrando a gran velocidad. Por esta razón, donde mejor se advierte la resistencia al cambio es entre las élites políticas denominadas "de izquierdas" que han sido emergentes en los últimos 20 años y gozan ahora de una buena posición o de una confortable oposición. Aunque deberían ser los más proyectuales, sus programas sólo quieren conservar un pasado al que se agarran con nostalgia disfrazada de vanguardia. Miras a sus dirigentes y ves el pasado. Escuchas sus palabras y oyes el pasado. En Cataluña, donde el conservadurismo de la izquierda es absoluto, oyes y ves el pasado del pasado, porque conservan un pasado que ni siquiera es el suyo, sino el de Pujol. Y a eso se le llama hacer una política propiamente kitsch.
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