_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Esencia tropical

Dice un proverbio deportivo que, bajo el uniforme oficial de su club, los jugadores brasileños llevan siempre la camiseta de la selección. Se rumorea que, para evitar brotes de esquizofrenia y robos crepusculares, algunos han llegado a estampársela sobre la piel. No se la quitan ni para entrar en la ducha.-No sé qué voy a hacer: quiero irme y quiero quedarme -dijo Roberto Carlos en vísperas del partido frente al Oporto.

En ellos se da un fenómeno de fascinación patriótica más emparentado con el instinto que con la conciencia profesional. No importa el empeño que pongan en ganar sus exigentes campeonatos nacionales ni es falsa la pasión con que besan el escudo de sus equipos cada vez que consiguen algún éxito personal.

-Da igual jugar aquí o allá: lo que yo quiero es ganar el Mundial para Brasil -decía Romario a quien quería escucharle.

No hay más que ver la alegría con que juegan para decidir que saben entregarse a la causa de quien les paga con una devoción que excede abrumadoramente el código del mercenario. Son capaces de inventar ante Rafa Alkorta el regate curvo, o de dar a la pelota el imprevisible vuelo de un globo pinchado, o de provocarle a Delfi Geli un esguince de riñón con cierta jugadita puñetera que, zis-zas, Ronaldo acostumbra a llamar la elástica.

Pero, bailen con quien bailen, cuando el seleccionador brasileño toca diana se les enciende una luz roja en la musculatura: de pronto levantan la cabeza, fijan la mirada en las profundidades del teletipo y, según que escuchen o no sus propios nombres, sufren un ataque de euforia o una crisis de melancolía. Cuando suena la música tropical, alguna hormona no identificada les inflama la sangre, como a los lobos les alerta el aullido del jefe de la manada: primero se detienen a escuchar la llamada de la selva y luego, reclamados por una fuerza insuperable, hacen las maletas a toda prisa, toman el primer avión, se pierden en el cuerno de África y reaparecen en el desierto de Arabia.

El miércoles, en Madrid, Juninho metía dos pelotazos al larguero del Croacia de Zagreb, uno de esos maravillosos equipos de barrio sólo posibles en la escuela balcánica, y tres días después tenía una cabecita de ajo y estaba mandándole sus pases telepáticos a Ronaldo en el Torneo de las Confederaciones, sobre el mismísimo estadio del Rey Fahd. ¿Y Rivaldo? Le habíamos visto bordar media docena de jugadas en Eindhoven y, de la noche a la mañana, pelado como un bonzo, estaba confraternizando con Ze Roberto y compañía. ¿Y Romario? Aquél futbolista indescifrable en Valencia se había bruñido el cráneo como un buda y llevaba tres goles en una semana. Cuando quisimos damos cuenta, todos se habían borrado de nuestra cofradía y habían fundado por sorpresa la Quinta de los Calvos.

Los cronistas se encargarán de interpretar esta violenta consagración de la calvicie. Vamos a los hechos: cuando aquí se nos anuncia que los tónicos capilares serán incluidos en la lista del medicamentazo, ellos deciden imponerse la calvicie por decreto. ¿Se trata de un caso de locura colectiva? ¿Quizá de una dramática disolución de la personalidad? ¿Ha pesado la influencia de Romario, que apuntaba una sospechosa tonsura de franciscano? Por ahora sólo sabemos que ya es imposible distinguir a los calvos profesionales de los simples aficionados. Y, por supuesto, que quizá estemos ante un fenómeno de exaltación tribal.

Pensándolo bien, da lo mismo. Se afeite como se afeite, mi segundo equipo siempre será Brasil.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_