Hoja de otoño
El madridismo se viste de luto en el Bernabéu, respetuoso con la tradición del 1 de noviembre. Almas perdidas, fantasmas blancos sobre el césped del estadio con todos los santos en contra. El balón se torna calabaza de Halloween y un comentarista deportivo sugiere la presencia de un maleficio, de un conjuro que pesa sobre el meta Cañizares. El campo de fútbol es camposanto donde mercenarios de lujo, reclutados en multimillonarias levas allende las fronteras y los océanos, se machacan los huesos con pundonor y profesionalidad.El recambio horario trajo la oscuridad de golpe, sin transición, el blanco se hizo negro y el día, noche. La brusca disminución de las horas de sol, como la derrota sin paliativos del equipo de casa, es un factor de riesgo en el desarrollo de las depresiones otoñales. La Iglesia católica, que se conoce al dedillo las debilidades y flaquezas de sus hijos, subraya a golpe de santoral la melancolía que impone la estación con la convocatoria en masa de los fieles difuntos y de las ánimas del purgatorio. El día primero de noviembre hacen su agosto las floristas y los guardianes de los cementerios, y en las confiterías amantes de la tradición los artesanos preparan "huesos de santo" para endulzar los amargos tragos del calendario.
Salvo para los citados gremios, el aprovechamiento comercial de esta fiesta tan poco festiva y de sus ritos funerarios, resulta, o resultaba hasta ahora, más problemático. Para empezar, los niños y los adolescentes, consumidores compulsivos de ocio, eran apartados, o se apartaban en cuanto podían-de las rituales visitas al cementerio para rendir culto a sus antepasados. En Madrid, la muerte era una cosa muy seria, una dama severa y circunspecta que no admitía ninguna salida de tono en sus dominios. Nada que ver (si acaso los "huesos de santo") con su homóloga mexicana, por ejemplo, mucho más asequible, tolerante, promiscua y amante de las juergas folclóricas.
En España, la incorporación de los más jóvenes a la fúnebre fiesta no ha llegado por la "vía mexicana" precisamente, sino más bien por influencia directa de su vecino de arriba. En Estados Unidos, la noche de difuntos se ha convertido en una fiesta infantil, la fiesta del feliz cumpleaños de la muerte, un producto netamente Disney con aprendizas de bruja y futuros hombres-calabaza, de cabeza hueca y sonrisa perpetua. En Estados Unidos, todas las fiestas son fiestas infantiles, los niños son allí los reyes de la creación porque la gran creación norteamericana es el consumo, y los niños son consumidores natos, espontáneos e insaciables.
La noche de Halloween puede celebrarse en familia comiendo hamburguesas, con gorritos de cartón y caretas terroríficas obsequiadas por el establecimiento, o en la discoteca, con premios para la bruja más sexy y el psicópata más convincente y barra libre de algún filtro hechiceril de garrafa. Son libertades y licencias que desde luego no cuadran ni con los fieles difuntos ni con las ánimas benditas cuya festividad está casi a punto de pasar también á mejor vida desplazada por arte de brujería y artimañas de mercadotecnia.
La liturgia católica y romana inicia con noviembre el Adviento, tiempo de penitencia y expiación, un periodo en el que los fieles se purifican de cuerpo y alma para celebrar cristianamente la Navidad, la fiesta fundamental y fundacional de su calendario. Pero las rigurosas pautas del calendario litúrgico que delimitan con precisión el periodo navideño chocan frontalmente con las necesidades y expectativas del calendario comercial que flexibiliza y amplía sus fronteras y bombardea a los penitentes cristianos desde los
primeros días de Adviento con melifluas, engañosas y extemporáneas tentaciones que turban sus plegarias y mortificaciones a golpe de sonsonete y villancico, mazapán y cava.
Esta Navidad hipertrofiada ya no tiene como protagonista a un niño-dios desnudo en un pesebre, sino a un anciano rollizo vestido de colorado que toca la campana en la puerta de unos grandes almacenes. Un viejo borrachín, y quién sabe si un punto pedófilo, pero con una política comercial mucho más agresiva que los obsoletos Reyes Magos, a los que siempre se adelanta. Para muchos cristianos y otros tantos infieles, la Navidad se ha vuelto también tiempo de mortificación y penitencia.
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