Goles como sedante
Óscar y Luis Enrique abaten a un Racing inofensivo en el Camp Nou
Viaja el Barça al encuentro del Madrid con un liderato tan evidente como contestado. Los puntos son todavía más luminosos que el juego' El trabajo recaudador del grupo azulgrana contrasta con su racanería futbolística. La derrota de Kiev no alteró para nada el semblante insensible de Van Gaal. Diríase que el colectivo va y viene sin atender al paisaje, caminando siempre de espaldas a la murmuración, muy Cogido, a la novela a largo plazo del técnico.El equipo recuperó el tono apocado de la Liga y despachó a un rival más sin poder contener la cháchara disparada desde el arranque del campeonato:, la puntería le acaba redimiendo de una puesta en escena que invita a cerrar los ojos. Uno tras otro, los adversarios abandonan la cancha con la sensación de haberle regalado el partido al Barca. Los azulgrana ni crecen ni encogen, sino que ajustician al contrario con el mismo despecho con que a ellos se les trata. Vive el grupo ahora del percutor de Óscar, de la llegada de Luis Enrique y de la caña de Lo Pelat, futbolistas capaces de sobrevivir a cualquier época, método o cuaderno de notas. No hay todavía ni rastro de la frescura, divertimiento o jovialidad del equipo que Van Gaal prometió por su condición de portavoz del Ajax.
El Racing fue simplemente un espectador del estado emocional que vive el Camp Nou. Perdió medio partido contemplando cómo la grada intentaba sobreponerse al desánimo por la goleada europea del miércoles y el equipo rival se peleaba con la pelota. El Barça había nacido muerto. El equipo era un pesebre pese a la exigencia de la hinchada de que se pusiera en movimiento para bien o para mal. Van Gaal volcó a un grupo acobardado -cuatro zagueros para un punta-, dudosamente operativo -no hay forma de que se estire y abra el campo-, sujeto a la carpeta -parece prohibido inventarse una jugada- y que nunca dio un paso adelante sin haber retrocedido dos.
Hubo una jugada, la última ya del primer tiempo, que ilustró el mal transitar: Iván se tragó medio campo propio para robar la pelota en un córner, darse media vuelta sin parar, volver a tomar el cuero, pegarse otra carrera kilométrica y habilitar a Óscar para el remate. No hubo otra igual.
No supo darle el Barça una velocidad de crucero a un partido de alto riesgo más por su envoltorio que por el rival. El choque navegó entre el punto muerto y el pasado de revoluciones. Privado de un conductor, con Ferrer y Sergi inutilizados en los márgenes como laterales fijos y sin un zurdo que tirara por el extremo izquierdo, el Barcelona se inclinó hacia el flanco derecho y se movió al ritmo de los pelotazos de Couto o Reiziger y, esporádicamente, de la capacidad de Lo Pelat para tirar su pase en profundidad. La noche y el día.
El gol de Óscar llegó precisamente en un acelerón de Luis Enrique y Figo que cogió a la zaga forastera en el asiento delantero. Iban los racingistas a por el gol, estimulados por un balón que Ferrer sacó sobre la línea de meta, cuando encajaron un contragolpe mortal en una pérdida de balón de Schurrer. El tanto, sin embargo, no alteró el discurso de la contienda. El fútbol plomizo, somnoliento, sin gancho, convirtió el partido en una refriega que el árbitro encendió en lugar de calmar. Iván sólo encontró una vez la línea de pase. Fue suficiente para que el Barça sentenciara. Lo Pelat lanzó al grupo y óscar y Luis-Enrique culminaron la jugada a la carrera.
Puesta a buen recaudo la victoria, los azulgrana tramitaron como pudieron el final de un partido de estorbo, a medio camino entre Kiev y Madrid, y que confirmó detalles preocupantes, como la desvalorización de ciertos futbolistas. El más preocupante fue el anonimato de Rivaldo. El brasileño pasó desapercibido otra jornada y ése es un mal síntoma en un partido tan feo como cómodo.
El Racing dejó hacer sin decir nada. El Barca tuvo el control y la posesión del cuero, como reclama Van Gaal, pero no supo jugarlo. El técnico puso a la gente en su sitio, como se le pide, pero le sobraron defensas y faltaron delanteros. La afición se encontró por una vez con una alineación estable -De la Peña era la única novedad respecto a Kiev-, pero el Barça no estuvo sosegado. Fue, como de costumbre, un equipo inanimado, aunque con recursos suficientes para despachar a otro rival español con la misma simplicidad con que le torturan en Europa. La puntería es su mejor medicina. No hay otro sedante más oportuno para ir al encuentro del Madrid que los goles, señal de que había el campo -bien o mal- y la grada escucha -no hubo pañuelos-. El liderato invita a descontar otro mal partido en espera de uno bueno.
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