Una historia de amor
Ocurrió en el aeropuerto de Vigo, una de las grandes obras realizadas en la ciudad por el último Gobierno de Felipe González. En el centro del vestíbulo, un espacio limpio y sin barreras, engrandecido por un generoso derroche de luminosidad natural, muy cerca de la cafetería, tres mujeres con aspecto de campesinas se admiraban de la belleza del entorno. En un arrebato de entusiasmo, una dijo: "Desde luego, mucho tenemos que agradecerle a Fraga".Era una declaración espontánea de, amor inocente. Quienes quieren a don Manuel, que es el político más querido de Galicia, no sólo le reconocen lo que ha hecho, sino que están dispuestos a atribuirle las obras de sus adversanos. No es raro, si tenemos en cuenta que Fraga goza de la fama de ser inteligente, con prestigio dentro y fuera del país, eficaz y honesto a prueba de bombas.
Ésta es la roca firme que pretenden mover por separado desde hace años los socialistas y los nacionalistas gallegos. No es fácil y los primeros, además, no siempre han acertado en la elección de la palanca adecuada. En el debate en televisión de las elecciones anteriores, viendo discutir a Manuel Fraga Iribarne y Antolín Sánchez Presedo, sólo un militante fiel a sus ideas o un loco podían votar a favor del candidato socialista.
Los socialistas han recurrido en esta ocasión a Abel Caballero, el cuarto candidato desde que en Galicia hay autonomía. Puede equipararse a Fraga en dos cuestiones importantes: formación académica y honestidad personal. Aunque sus asesores de campaña no lo digan, es doctor por la Universidad de Oxford, un título que pocos españoles ostentan, y catedrático de Economía. Lo de la honestidad se le ve y se le nota. Sin embargo, hay algo que lo separa de Fraga de manera sustancial: el amor de los gallegos.
Así como está claro que sus compatriotas quieren a Fraga, a Abel no han tenido tiempo de conocerlo. Muchos, como la señora del aeropuerto de Vigo, ni siquiera saben que algunas realizaciones, como aquélla, en parte se deben a él. Por eso, a la hora de la votación, sus buenas obras, que las tiene, no le servirán de mucho. Afrontar este duro trance electoral sin un acopio de amor es un riesgo altísimo. A Abel tendrán que salvarlo los corazones que laten todavía con entusiasmo cuando ven a Felipe González.
El amor de los suyos, en cambio, no es problema para Xosé Manuel Beiras. También lo adoran como a Fraga. No son tantos sus devotos como los que gritan de entusiasmo ante su rival, pero la intensidad con que vibran sus enamorados y enamoradas es muy semejante. En conjunto, son más jóvenes, lo que parece razonable, pues tampoco sería normal y deseable que don Manuel, a sus 75 años, Je disputase también las novias a un hombre más apuesto que él, bastante más joven y agraciado, con una excelente imagen, perfectamente cuidada.
En unas elecciones que se van a dirimir por amor, Beiras está muy bien situado para acudir al baile. Su aspiración no será bailar con la más guapa, que ya la tiene Fraga, y además le es fiel, sino darle algún pisotón a don Manuel, machacarle un callo si puede y evitar con todas sus fuerzas que Abel se quede con la segunda muchachita más hermosa de la fiesta. Si lo logra, esa mujer tendrá posibilidades de convertirse en la primera dama dentro de unos años, cuando don Manuel no sea ya el gallo indiscutible del corral.
Por cierto, que la famosa foto de Fraga, reconvertido en galán por las artes del maquillaje, resultaba innecesaria. Es cierto que en cuestiones de amor, para triunfar, digan lo que digan los feos y los viejos, belleza y juventud suelen ser un valor muy importante. Con todo, si se me permite una confidencia, yo prefería al Fraga natural, tal como es, con la imagen de un abuelo venerable y tranquilo, y no al artista de cine sin arrugas que han sacado en los carteles, como si temieran que sus enamoradas le abandonasen por otro hombre más joven..
Hace tres o cuatro años, entrevistaron en una cadena española de televisión a Claudia Cardinale. Era una mujer madura, guaipísima a pesar de la edad y de las impertinencias de una cámara que se empeñaba en ir descubriendo una a una las arrugas de su cara. En un momento, cuando el trabajo desmitificador de la cámara estaba ya hecho, el locutor le preguntó: "¿No ha sentido usted nunca la tentación de hacerse la cirugía estética?". La actriz, sin inmutarse, con el brillo de la inteligencia resplandeciendo en sus grandes ojos negros, respondió: "Eso sería como borrar el pasado de mi rostro".
A Fraga, en la foto del cartel, le han borrado una parte de su vida para hacerlo más competitivo con sus rivales. Le han borra do nada menos que la historia de su madurez, cuando sus paisanos, al permitirle cumplir el sueño de dirigir un Gobierno, lo han convertido en un hombre agrade cido y feliz. Ese maquillaje fue un exceso de celo., Hace unos días, una hermana suya se acercó al mercado de Santiago para hacer campaña entre las señoras que iban a la compra. Una le confesó que había votado siempre a Fraga, pero que ahora no pensaba hacerlo. Explicó por qué: no le gusta la foto. En cuestiones de amor, hay gente muy quisquillosa. Son las novias desencantadas. Muy pocas. Para decirlo en términos vulgares, es una cuestión de un par de escaños. A Fraga aún le sobran algunos.
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