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FÚTBOL - QUINTA JORNADA DE LIGA

Un 'derby' sin clase

El Athletic y la Real empataron en un partido de juego físico y poca calidad

Era un clásico, encastado como todos, desordenado como casi todos, enfurecido como casi siempre que Athletic y Real Sociedad dirimen sus sempiternas deudas pendientes. La Real conservadora, el Athletic embravecido, pero fútbol, lo que se dice fútbol, como siempre: escaso. En casos como éste, todo queda sometido al efecto de la adrenalina y lo demás pende de un hilo demasiado fino.Era, definitivamente, un clásico. ¿Y cómo explicar que en tales condiciones, sólo la primera mitad proporcionara ocho ocasiones de gol incluido el obtenido por Javi González? Era un clásico sin más, y entonces la estrategia, el orden se supedita a la condición anímica del juego. Y ocurría que el Athetic quería ganar y la Real pretendía no perder. De la confusión obtenía frutos el Athletic mientras su oponente sólo sacaba minutos.

Hasta el gol el partido sólo ofrecía un futbolista de tronío, para escarnio de Luis Uranga, presidente de la Real Sociedad. oseba Etxeberría sí estaba por jugar al fútbol. Aquel chavalín que, Uranga pretendía mantener por amor a los colores, armó el taco. Otro jovenzuelo, López Rekarte, pasó la peor noche de su corta historia. Sólo un colegiado salido de la tómbola, que no del ordenador, le permitió seguir sobre el terreno.

El Athletic no encontraba el sitio del partido. La Real Sociedad no se encontraba a sí misma, sometida a la dictadura ininteligible de Gómez y Mild, dos exportados de la ruta. De Pedro bastante tenía con dedicarse a achicar el espacio de Etxeberría. La Real había malgastado dos acciones de De Pedro y PIkabea. El Athletic seis ante el Alberto. Y llegó el gol en una jugada clásica.

Antes el Athletic había vivido una situación contradictoria: perdió a Ríos y ganó a Lasa, pero el conjunto rojiblanco salió ganando. Lasa cambió la orientación del encuentro, el juego se abrió y Etxeberría se descargó de trabajo, cortvertido hasta entonces en único recurso ofensivo por la incapacidad de Ziganda. Pero entonces surgió Mejía Dávila, un peligro público. Perdonó la expulsión de Mild y Gómez que salieron del encuentro con no menos de una docena de faltas alevosas. Para remate, ante la ausencia de remates de la Real Sociedad se sacó un penalti que equilibraba el marcador.

Era un clásico, estaba claro. Todo se volvió aún más confuso. El Athletic comenzó a pensar más en el árbitro que en el juego. Y la Real Sociedad también. A falta de delanteros nada es desperdiciable. El partido concluyó como había comenzado, pleno de energía, de confusión, de adrenalina, con alguna brusquedad que al parecer agradecía el encargado de evitarlas.

El fútbol desapareció y todo quedaba confiado a la suerte o la gentileza del juez al que buscaban incesantemente en su inoperancia ambos equipos. La Real Sociedad había obtenido lo que venía a buscar, no perder y para lo que había preparado a sus jugadores. Sólo vivió el susto del primer gol, cuando recompuso el marcador la historia volvió a las andadas, aunque para entonces por necesidades del guión contaba con algún jugador más ofensivo. El Athletic volvió al clasicismo. Antes había tenido el partido en sus manos cuando Ziganda se encaró a Alberto y al final no supo qué hacer con él.

El derby resultó infecto: infectado por la falta de juego de un equipo que quería y no podía y otro, el visitante, que sencillamente no sabía. Lo poco que quedaba, que no fuera la emoción, se lo llevó por delante el árbitro. El resultado no fue ni justo ni injusto porque los marcadores dirimen los partidos y ayer no hubo partido.

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