El flamenco ha sobrevivido en Madrid gracias a las peñas
Sus amigas de Leganés la tienen por un bicho raro: Nieves Díaz, quien, a sus 21 años, está en edad de menear las caderas a ritmo de bakalao, no las acompaña jamás a las pistas de baile. Esta sevillana tímida, humilde y trabajadora siempre prefiere quedarse en casa, templando la voz a ritmo de seguiriyas, bulerías o soleares, escuchándose, siempre insatisfecha, frente al espejo o en el magnetófono. El premio a su perseverancia le ha llegado en forma de una cucurbitácea muy especial, el Melón de Oro. máximo galardón en el murciano Festival de Cante Flamenco de Lo Ferro. Con seguridad, Nieves sabrá con quién repartir -o compartir- las 500.000 pesetas del galardón: su guitarrista, Pablo García Palomo, también es novio. Y de los de toda la vida.
Pregunta. Sospecho que en Leganés no deben abundar los cantaores flamencos.
Respuesta. No, aquí no hay mucha afición. Bueno, en realidad yo empecé con la música española porque mi familia es de Sevilla y no escuchábamos otra cosa. El flamenco lo tenía por una cosa muy seria; ahora, en cambio, confieso que la copla tiene un poco de teatro, mientras que el flamenco hay que vivirlo un poco más.
P. ¿Fue su novio quien le introdujo en los palos?
R. Sí. Coincidió que me aburrí del play back de la canción española, porque pagar una orquesta no está al alcance de casi nadie. Pablo se propuso vencer mi timidez. Al principio, me sentía incapaz de abrirme a los sentimientos, de llorar o de rezumar felicidad en una seguiriya.
P. ¿Cómo influye el estado de ánimo a la hora de encaramarse al escenario?
R. Influye todo, porque el cantaor es un personaje que se desnuda ante personas que no conoce. En un momento de dolor -por ejemplo, por la muerte de un familiar-, la tristeza contagia hasta las seguiriyas. Y la mala leche enrabieta las bulerías.
P. Después del reconocimiento que implica la concesión del Melón, ¿ya cree un poco más en su voz?
R. Pues no se crea. Yo es que confío muy poquito en mí. Soy de las personas más modestas que hay encima de la tierra, y esto de las alfombras rojas a mis pies no va conmigo, de verdad se lo digo.
P. En Madrid, ciudad de mestizaje, ¿da para vivir un arte tan ortodoxo como su cante?
R. Difícil. No hay muchos sitios donde escuchar flamenco, y si ha sobrevivido es gracias a las peñas. En los tablaos no hay mucho donde agarrarse: yo trabajo en Arco de Cuchilleros a menudo, pero eso está muy enfocado, al turismo.
P. ¿Y a partir de ahora?
R. Pues a partir de ahora, a seguir trabajando para hacerse un caminito y, un día, grabar un disco. Pero que sea bonito, con flautas, violines y esas cosas. Para acabar en esos expositores de los bares, no merece la pena...
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