Punto de encuentro
Caros, pero beneméritos, los libreros de viejo -decíamos: ahora, "de ocasión"- reúnen en su feria de otoño unos quinientos mil títulos. Casi todos de este siglo, del último cuarto del pasado, aunque tengan otros de más atrás. Da un poco de angustia arrojar un título nuevo al acervo. "He arrojado un nuevo libro de poemas a la indiferencia pública", decía un poeta del que sólo recuerdo que salió de esa indiferencia y fue famoso. También decía otro escritor que no hay libro malo. ¡Otra mentira! Desde que sabemos que la realidad no existe, las mentiras nos parecen más disculpables: excepto en religión, justicia, ejército, Gobierno y capital: los cinco pilares de la burguesía (algunos se corroen velozmente: están cayendo). La indiferencia por un poeta no quiere decir nada: doscientas, cincuenta personas, una sola conectarán con él, o sentirán con él. Vale. En cuanto al libro malo, del que hay una proporción con respecto a los buenos equivalente al de programas malos con respecto a los buenos en televisión, puede tener a veces la virtud de rebelar a su, lector, ya que no de revelar, contra sus falacias, su pobre idioma, sus idolatrías. El más horrible de los melodramas de la barata cepa del último estudio del país más olvidado del mundo puede hacer comprender a un muchacho la raíz de su infortunio y no dejarle solo. Socialismo y consolación creo que era el título de Umberto Eco -si no era así, muy aproximado- al valor del folletín escrito: aquí lo hicieron los socialistas, como Ayguals de Izco (María, o la hija de un jornalero; La marquesa de Bellaflor o El niño de la inclusa). Ojalá los encontrara en la Feria del Libro de Ocasión, y alguna de Luis del Val (Sin trabajo, o el pan del obrero, de actualidad. La máscara social, de actualidad permanente) que no sé si abuelo del que ahora escribe y habla en televisión, y a quien escucho a gusto. Con aquellos folletines que llegaban por debajo de la puerta a casa de mi tía Paz (Paz Pensamiento y Libertad era su verdadero nombre, aunque lo tuvo que guardar en la clandestinidad; se lo puso mi abuelo, que era capitán de la Guardia Civil y librepensador: eso le perdió en la vida). No los encontraré, tampoco buscaré mucho, pero algo caerá, algo que me iluminará como me iluminaba aquel socialismo utópico, o el anarquismo más realista de los escritores catalanes. (Piden estos libreros que nadie tire libros: que se los lleven. Lo recomiendo. Son un punto de encuentro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.