Sitio para todos en la fiesta comunista
A la fiesta se va tempranito y de domingo. Se toma el sol y se pasea bajo la sombra fresca de los árboles. A la fiesta del PCE van los viejos comunistas tempranito. Parejas que han soportado años de militancia, de cárcel o de huídas, van ahora del bracete, luciendo, orgullosas, las herramientas" -esa hoz, ese martillo- en la pechera. La noche es de los jóvenes. Ellos, los viejos comunistas, después de oír a Julio Anguita, de aplaudir con los ojos, húmedos cada referencia al "glorioso partido comunista", se marcharán, despacio, hacia casa.Algunos, no. Algunos, con esa energía militante, despachan cervezas, hacen tortillas "de las de verdad. De huevo, ¿eh? Nada de güevina". Y se sienten útiles al partido, ajenos a la división de la izquierda que no comprenden del todo. "Eso no puede ser bueno", dice un hombre que, con el nieto de la mano, recorre las casetas. Pero, en cualquier caso, eso será mañana. Hoy es la fiesta del PCE. Y los ecos de la reunión de A Coruña de los críticos a Anguita llegan muy matizados. "Yo pedí en Galicia que no se presentara lista alternativa. Y me abuchearon, pero aquí estoy", explica alguien en el pabellón de Cuba, mientras coge de la mano de una muchacha un mojito -"los mejores del mundo, mi amó"-
En la fiesta del PCE hay sitio para todos. Y para todo. Lo dijo Víctor Díaz Cardiel, responsable de la organización de la fiesta, cuando presentó los actos y lo demuestran los grupos de chavales, los progres de los sesenta, las bandadas de jóvenes que entran a oír poesía, salen de una conferencia sobre pluralidad y unidad o bailan con la música de Celtas Cortos.
La crisis, lejos
La crisis queda ahora lejos. Aunque Julio Anguita haya hablado del conflicto de IU. Pero esta noche, no. Hoy, no. Hoy es la fiesta del PCE, "el único partido capaz de montar algo así". Así que Rosa Aguilar prefiere tomar un agua de Valencia mientras habla de las cosas de la vida y se levanta y besa a esa mujer que le dice lo "guapa y lo delgada que estás". Y Mariano Santiso pacta una tregua con algún periodista, cerveza por medio. Y allí, en medio de la gente, un Julio Anguita, serio y circunspecto, escucha a Francisco Frutos como si le fuera la vida en ello.
Ya se han marchado muchos viejos. En el aire hay un olor a pescaíto, a pinchos morunos y a fritanga. Se oye a lo lejos a alguien que canta flamenco. La fiesta, ya barruntándose las claras del día, decae. Se habla casi en voz baja. Se fuma, por pereza, el último cigarro.
Sobre la hierba, un chico y una chica, abrazados, duermen.
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