Cuentos, imágenes
Los cadáveres, ahora, aguardan en las fresqueras a que lleguen sus patrocinadores. Días y días. La noticia se alarga desde la muerte hasta el entierro. A Diana la guardaron sola, como a una oveja negra. A Teresa en una urna de Bella Durmiente, para que no trascendiera el difícil de apreciar olor de santidad. Calcuta no es Londres. Las reinas y afines se tenían que dar nerviosos golpecitos de abanico mientras conservaban la impasibilidad, la inmovilidad del orden mayestático. El tiempo en que han aguardado las dos damas muertas ha servido: los escritores del mundo se han forzado en tener ideas, invocado los fantasmas de su cerebro (Gironella), y durante todo este tiempo han ayudado a obtener las claves de las mujeres que se iban. Teresa: una monja más, concluyó Vicent: una monja más de las que en el mundo se entregan al cuidado del moribundo -un pueblo de moribundos, un solo moribundo de una sola enfermedad: la miseria-, que ha destacado en su carrera. No más allá que los laicos, los cooperantes, los sanitarios que dejan todo y se van. Fue hermoso que, al final, sus parientes -tuvo honores de jefa de estado- apartaran al pueblo, y a los enfermos, de estas exequias hindúes y universales: mientras ella vivió, les dio todo -no su vida, sin duda: hubiera durado menos-, pero, una vez muerta, hay que rescatarla de la gran podredumbre, devolverle "pompa y circunstancias", elevarla a los altares ornados de volutas de oro; y de luz en las tinieblas. "Tumba, ¿dónde está tu victoria?". La otra mujer, a la que también se da ahora una aureola de caritativa, de visitas a los albergues londinenses, dickensianos, trabaja desde el laicismo. También han intentado un pequeño rapto: Buckingham, la bandera, Westminster, mientras el pueblo inventaba la antileyenda -estaba embarazada, la reina de cuento la mando matar para que el futuro rey no tuviera una medio hermana islámica y los paparazzi eran agentes disfrazados-, y con la que los escritores ya han conseguido una imagen histórica: era la mujer libre, la que elegía sus hombres, aunque fueran del pueblo y de las otras razas tan lejos de los Spencer; la "Eva moderna", dueña de su cuerpo y de su mente.(Quizá no todo esto sea así: pero la civilización está hecha de compendios, de hagiografias mal escritas, de estampitas iluminadas. Yo prefiero la de Diana. La amo. Después de muerta. Antes, quizá, hubiera sido inútil. Un desengaño más).
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