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Tribuna
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Satisfacción

Lo grave de los viejos rockeros no es que no se mueran, sino que no se jubilen. ¿Qué hacían el otro día los Rolling Stones en el puente de Brooklyn aparte del ridículo? Disfrazados de adolescentes, Mick Jagger y Keith Richards parecían dos gallináceas californianas de esas que practican el jogging entre un lifting y una liposucción y que de lejos parecen tener 20 años, aunque a la que te acercas descubres que andan por los setenta. ¿Y Charlie Watts? Embutido en un traje, que probablemente era de Armani pero parecía de Marks and Spencer, este funcionario del pop no decía ni mú porque a la que abre la boca te suelta que a él esto del rock and roll se la suda, que lo que realmente le gusta es el jazz anterior a John Coltrane y tocar la batería con escobillas, que hacen menos ruido.Los Rolling Stones lanzan un nuevo disco y se embarcan en una nueva gira. ¿Por qué? Teniendo en cuenta que su última canción medio decente, Waiting for a friend, es de hace 15 años, resulta evidente que no tienen nada que decir. Pudiendo escuchar en casa Aftermath o Exile on main street, el único motivo para acudir hoy día a un concierto de los Stones es que lo patrocine el Inserso y tu dinero sirva para llevar a Peñíscola a un grupo de jubilados de Albacete.

Me temo que los Stones son como esos pensionistas que se aburren en casa e insisten en ir a una oficina donde nadie les necesita. Incapaces de disfrutar de su riqueza, de dar conversación a sus mujeres y de entretener a sus nietecitos, Mick Jagger, Keith Richards y Charlie Watts vuelven al tajo en pos de esa satisfacción que llevan buscando desde hace más de 30 años.

¿Llenarán de nuevo los estadios? Por supuesto: mejor los Stones que Oasis. También yo preferiría darle conversación a la momia de Lenin en vez de a Julio Anguita.

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