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GATOS PARDOS

Tácticas amatorias para solitarios

Hombres y mujeres maduros ensayan relaciones en salas discretas de luz tenue

"Éste liga menos que el chófer del Papa", bromea señalando a su amigo Bernardo L., un viajante norteño, cincuentón, camisa, floreada, pecho peludo y esclava dorada en la muñeca, que dice visitar Madrid y que aprovecha sus espaciadas estancias veraniegas para echar una canita al aire. Su amigo, Jesús F., chaqueta cruzada azul marino, camisa crema y bigote recortado, ríe mientras se encoge de hombros y apura su whisky. Ambos se encuentran en una piano-boîte de luz tenue y música suave del área de María de Molina. El amigo aludido ensaya una justificación. "La verdad", se sincera, "esto del ligue cada día resulta más difícil. ¿Que por qué? Pues porque todos los trucos que desde siempre hemos empleado ya no sirven de nada"."¿De nada? Lo que pasa es que eres un negado", remacha Bernardo entre carcajadas. "Precisamente todo lo que sabemos y lo que hemos ensayado durante años nos sirve hoy más que nunca", alardea: "Es muy sencillo. El amor es cosa de física y química, como dijo precisamente a su periódico ni más ni menos que don Severo Ochoa, el científico de mi tierra". Y añade: "Creo que esas palabras precisamente las tomó Joaquín Sabina para autizar un disco suyo llamado así", apunta.

Para el cincuentón asturiano, sin un buen porte y sin la presencia de una especie de energía, "como química", de los que él, naturalmente, se siente agraciado, "nadie es capaz de ligar nada".

En la mesa contigua a la que ambos ocupan, dos damas, con traje de chaqueta, entrada un poquito en carnes, una de ellas, Ana, y Socorro, delgada, faIda-pantalón rosa y con numerosas pulseras, se incorporan a la conversación. "Eso lo dirás tú", se encara sonriendo la primera. "Las mujeres somos ahora más exigentes y estamos muy hartas de tanto tópico y de tanto mal ligón".

"Donde esté el caballero español, galante y educado, que se quiten todos estos mozalbetes que desconocen cosas tan bellas como lo que contaba el poeta medio español Luis Aragón", le rebate.

La cita ha causado interés en Socorro. "¿Y qué decía?", le pregunta de frente.

El viajante asturiano da una calada a su cigarrillo, bebe de su copa pausadamente, prolonga un silencio para resaltar lo que va a decir. Mira a los ojos a su futura compañera de noche. "Pues decía que la mujer fue lo único que el hombre pudo rescatar del Paraíso Terrenal".

La frase ha hecho impacto, al parecer. "Pues mira, sí. Ese poeta y tú tenéis razón. Los jóvenes de ahora no sabrían decir algo tan bonito", reconoce Ana, que se estira un poquito la falda de su apretado traje de chaqueta verde manzana y su blusa, que transparenta levemente la blonda de una cuidada ropa interior.

"¿Bailas?", le pregunta el cincuentón asturiano. "Sí, claro". Salen a la pista, de cuyo techo pende una lámpara giratoria.; sus espejuelos iluminan de cuando en cuando las miradas mantenidas de los bailarines. Charlan animadamente. Suena Caballo viejo, un éxito colombiano para amadores maduros. Ana y Bernardo, a tenor de sus risas y de su recién estrenada complicidad, han ligado. Socorro y Jesús aprovechan el pretexto de sus amigos para bailar también.

A un kilómetro escaso de allí, en una sala del paseo de la Habana, una mujer vestida con un ceñido traje avellana fuma sentada en el interior de un local muy puesto, especializado en heterosexuales solitarios con deseos de relacionarse. "No importa cómo me llame. Ponga que mi nombre es Verónica. No tengo reparo en decirle que vengo aquí a buscar una persona educada e inteligente, con la que pasar el rato", cuenta mientras apura su sanfrancisco. "Sí. Si se tercia y me cae bien, tal vez me acueste con él. Pero no crea que cualquier varón me va a caer en gracia

Verónica confiesa que encontrar un hombre delicado y cariñoso resulta cada vez más difícil. "No soporto ese tipo que sólo habla de coches o de fútbol, que no sabe bailar y que desconoce cómo tratar a una mujer. Paso de él".

Un cuarentón de pelo ondulado inicia una maniobra de aproximación. "Tú me gustas, digamos que bastante", le dice Felipe R, señalándola con el dedo índice.

"Pues usted a mí, nada", le responde Verónica.

Física y química. Don Severo tenía razón. Afuera, la noche madrileña añade a su ecuación emoción y magia.

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