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Reportaje:GATOS PARDOS: LA NOCHE LÚBRICA

'Porno', calaveras y folclore

El erotismo en vivo languidece en el centro de la ciudad con clientela oriental y de provincias

Dos japoneses, una pareja de Granada, tres jubilados de Pamplona y dos murcianos. Una de la madrugada en un night-club situado en una de las calles perpendiculares a la Gran Vía. El travestido Altamira no se desanima. Envuelto en un largo y ceñido vestido malva, y agarrado al abanico se lanza con La española cuando besa, con la misma pasión que si la sala estuviera abarrotada. Empieza la primera sesión del sexy-show en el Chelsea, uno de los escasos locales de la capital que ofrece funciones de porno en vivo y en directo.Esta noche, jueves 7 de agosto, se ha suspendido el número más lúbrico. El intérprete masculino Pedro Calero, nacido en Albacete hace 45 años, y dueño también del garito, se ha dañado un dedo y aunque no es éste miembro imprescindible para llevar a cabo la actuación, está molesto y ha preferido descansar. Tampoco lo hará Fátima, su pareja dentro y fuera del escenario. Los clientes en busca de emociones fuertes se tendrán que conformar con una actuación lésbica, protagonizada por Niketa, una tímida secretaria húngara, de 23 años, que abandonó su país y la máquina de escribir hace escasamente un año.

No corren buenos tiempos para el porno. No sólo porque el mes de agosto sea malo para el negocio. A los madrileños no parece interesarles demasiado. Pedro, que abandonó su oficio de cocinero hace 18 años por el de copulador profesional, recuerda hace tres lustros, cuando en Madrid había al menos una treintena de salas que se dedicaban a ello. Hasta en diez sitios diferentes ha llegado a actuar, con dos funciones por noche. Si cada número tiene una duración de 15 minutos, el resultado impresiona: Pedro se pasaba cinco horas al día con el dispositivo en espera tensa. "No hay truco", asegura. "El secreto está en la capacidad de concentración. No es fácil, claro, por eso hay tan pocos hombres que se dediquen a esto", comenta muy serio.

Altamira, un asturiano que adoptó el nombre en homenaje a su primer manager, oriundo de la localidad santanderina de Santillana del Mar, corrobora el aguante de su jefe. "En los ocho años que llevo aquí sólo le he visto fallar dos veces, en una ocasión porque tenía fiebre y otra vez a consecuencia de que los nervios le jugaron una mala pasada".

Pedro tiene cuatro hijos. El mayor, de 25 años, es el encargado de otro local vinculado al de su padre, ahora cerrado para efectuar una profunda reforma. "Mis hijos saben lo que hago y lo ven de una manera parecida al trabajo que desempeñan un camionero o un albañil". Anteriormente actuaba con su mujer, de la que está separado. Todo queda en familia.

Llega el número de Las bodas de Luis Alonso. La imprescindible barra de los restregones, una silla, humo, luces de neón y espejos conforman el decorado principal del escenario. Una chica vestida de novia se agita acompasadamente al ritmo de la música. Con la mirada fija se asemeja a una muñeca mecánica a la que hubieran dado cuerda. No parece precisamente una incitación a la lujuria. Entran dos grupos de treintañeros que permanecen más atentos a las señoritas que sirven las copas que al propio show.

De repente, la sala se queda a oscuras. En el fondo aparece una mujer cubierta con una túnica negra, una careta y una calavera en la mano. Expectación. No recita el monologo de Hamlet y la cosa acaba en strip-tease. Los de Pamplona alucinan.

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Fuera, las calles están desiertas. José Granados, el portero del Chelsea, que hace además doblete e interpreta tres canciones en la función, informa de los precios a un par de turistas italianos. Tienen que soltar 2.500 pesetas para entrar. El veterano cantante, que luce en su muñeca una gruesa esclava de oro don su nombre grabado en rubíes, añora el ambiente de los meses de invierno. "Los fines de semana se juntan aquí hasta 300 personas. Vienen muchos ejecutivos de las ferias de Ifema, y, en algunas provincias organizan viajes en autobús para despedidas de soltero. Los matrimonios también se animan y, curiosamente, son las señoras las que se arredran menos. Vienen a aprender, que siempre hay alguna posturita que no conocen".

José, que comenzó en lo que él llama cabaré, en 1959, ha visto de todo en los 40 años que lleva en el mundillo. Él lo tiene muy claro: "Me resulta más excitante mirar, por el ojo de la cerradura".

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