Chequeo entre aspirantes
Victoria de Zabel Rominger abandona Zülle pierde más tiempo
Si a una etapa llana se le coloca una subida de casi dos kilómetros con una pendiente del 6% sucede que todo el mundo se pone nervioso. Desde por la mañana se habla de lo que pueda pasar en la meta. Está claro que ante esa dificultad, esa breve ironía del planificador, los sprinters no pueden utilizar la quinta velocidad y los escaladores se desesperezan por un día. Y la susodicha cuesta obra el efecto deseado: todo el mundo se lo toma como un chequeo. No tiene demasiada importancia, pero anima el debate, se mueve el cotarro. Apunten que Riis tuvo un buen final, que Olano estuvo en su sitio acompañado de Ullrich y que escaladores como Luttenberger, Virenque y Escartín buscaron las posiciones de cabeza. El chequeo no dio para más, salvo constatar que Jalabert no está fino (era su etapa, decían) y que Zülle volvió a salir perjudicado de una caída que envió al hospital al suizo Rominger.Otra caída sirvió de preludio, una desgracia absurda en una recta tras un recorrido poco accidentado. De nuevo el destino se encargó de hacer el pertinente descarte y señaló con el dedo al suizo Tony Rominger, que se despidió para siempre del Tour con una imagen que resume su desesperanza con esta carrera: sentado en el suelo, manando sangre de su hombro, aturdido por un golpe en la cabeza. Rominger siempre ha vivido con la sensación de que el Tour no era su carrera. Luchó por ser el verdadero rival de Induráin, pero siempre encontró algún accidente en el camino. Este año había intentado tomárselo con cierta filosofía, pero no acababa de encontrarse a gusto: era su última temporada y su último Tour.
Y el Tour se empeña en rechazar a Zülle, otra vez cogido a traición. Atrapado en la caída, volvió a quedarse postergado. Su futuro en la carrera es más incierto: tiene derecho a pensar que hubiera sido mejor quedarse en casa. Si sus posibilidades eran mínimas, las ha perdido todas. Está cada vez más nervioso, hace caso omiso de algunas órdenes y cae en la tentación de hacer la guerra por su cuenta. Ahora tiene que decidir si sigue.
Hecha la primera selección, el Telekom apuntó hacia la línea de meta. Quedaba por resolver la pregunta del día, ver a los favoritos desfilar de uno en uno por la última cuesta. Los especialistas apostaban por Jalabert, porque es un tipo de recorrido acorde a sus condiciones. La inmensa mayoría estaba por otro asunto: quería ver un rato en acción a los nombres que se han manejado en todas las listas. Algo así como un pequeño sondeo en tiempo real.La realidad cumplió los pronósticos: todos habían estudiado el mapa de carreteras, todos tenían ganas de entrar en acción. Manolo Saiz había mandado por delante a Marino Lejarreta en un automóvil para que le indicase cómo era exactamente el tramo final. No tenía trampa alguna: Jalabert podía intentarlo.
A dos kilómetros de la meta, su hermano, Nicolas Jalabert, abrió las hostilidades. Poco después reaccionó el suizo Camenzind, que está en boca de muchos técnicos tras sus exhibiciones en la Vuelta a Suiza. Detrás de Camenzind saltó Vanderbroucke. Por entonces, el pelotón había adelgazado terriblemente. Ya no era un grupo anónimo: podía verse cómo Olano había tomado posiciones, cómo maniobraban Riis, Ullrich y Zabel, cómo los escaladores revivían. Comenzaba el chequeo.
Entraba en acción el mayor de los Jalabert, pero no era el de las grandes ocasiones. Está claro que le falta chispa. Descartada su candidatura, la batalla se planteó entre Vanderbroucke y Zabel. La selección era del todo punto natural: el pelotón de cabeza se había reducido a sólo 20 corredores. Allí estaban Riis, Olano y Ullrich en la primera línea. Un poco más abajo se presentaban Virenque, Luttenberger y Escartín, que dejaban atrás a Leblanc. ¿Respetaba Ullrich la jerarquía de Riis o estaba donde las fuerzas le llevaban? No hubo respuesta, el chequeo no daba para tanto. Era un simple muestreo. Y en ese sentido, la apuesta española sigue firme.
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