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Los Juegos Mediterráneos hacen agua fuera de su tiempo

España aspira a más de 100 medallas con secundarios

Los XIII Juegos Mediterráneos, que se inauguraron el pasado viernes en Bari, al sureste de Italia, transcurren entre la indiferencia o el desconocimiento casi general. Allí se disputan corripeticiones en 27 deportes, con la participación de más de 20 países y 4.000 deportistas, 357 de ellos españoles. Aunque sólo fuera por los números movilizados sería razonable esperar un mayor interés por el acontecimiento. Sin embargo, la expectación es casi nula. El objetivo español hasta la clausura el día 25 es conseguir más de 100 medallas. Pero ¿por qué no 80? ¿O 120? Porque da exactamente igual. Se supere o no la cifra ni será un fracaso ni un éxito. Los Juegos Mediterráneos ya no son un índice de nada. Es una cita que hace aguas fuera de su tiempo.La primera edición se disputó en Alejandría (Egipto), en 1951. La idea, cuando apenas los Juegos Olímpicos acaparaban la atención polideportiva cada cuatro años, tuvo una lógica razón de ser, incluso política. El hermanamiento de los países bañados por el Mediterráneo se justificaba porque los Juegos Regionales aún tenían un peso específico suficiente ante la falta de fuerza de otras competiciones entonces, como los propios Juegos Olímpicos o los Campeonatos Mundiales y Europeos de cada deporte. Además, el deporte español, viviendo aún en la miseria de escasas estrellas individuales, tenía un lugar ideal para foguearse en conjunto con las potencias europeas, Italia o Francia, que aún llevaban -casi hasta la edición de Split 79- a sus mejores hombres. Eso cambió progresivamente y hace ya años que es prescindible, incluso como preparación de los segundos equipos o de los juveniles. Sólo se mantiene por política, propaganda o solidaridad. Ganar a libaneses o malteses no foguea ya nada -sólo se justifica para ellos- y para enfrentarse a italianos o franceses sí valen ya de sobra otras competiciones.

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