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El poeta en su taller

En su taller de la calle del Divino Pastor, por Malasaña, un taller sobre una corrala que podría ser la de Fortunata, el poeta trabaja en el tercer tomo de su monumental dietario, El tiempo en los brazos. Y cuando digo trabaja no quiero decir que lo escriba, pues el original ya va por el sexto volumen, sin o que lo hace: Tomás Segovia lo copia de borrosos y viajados manuscritos, lo perfecciona todavía más en el ordenador y lo imprime, cose y encuaderna -uno a uno- en primorosos ejemplares destinados a sus amigos. El colofón individualizado con el nombre del destinatario y con la invocación Alabada sea la artesanía, fecha el libro en el Taller del Poeta, y en cierto modo lo explicaría y justificaría si hiciera falta, que maldita la que hace.Aunque ruborice un poco, quizá convenga explicar que Tomás Segovia es uno de los mejores poetas, ensayistas y traductores del castellano, algo que de momento se sabe más fuera de España que dentro, pese a que algunos títulos suyos están en Pre-Textos. Genio y figura de nuestra tradición.

Y podría enumerar no pocas medallas con destino a los escépticos -actitud que comprendo, vista nuestra afición al bombo y al ditirambo-, pero eso sería traicionar al propio Segovia, que se carcajea de todo ello con risa ¿le chico pese a su cabellera blanca, y además se me acabaría la columna. Quizá baste decir que obra de Segovia ha sido antologada y traducida en La Pléiade, en Francia, un honor que por lo general sólo se concede a los muertos.

Quizá la razón de esta prodigiosa nube en la óptica colectiva se encuentre simplemente en la biografía de Segovia, que pertenece a esa extinta y olvidada especie de los españoles trashumantes. El tercer volumen de El tiempo en los brazos (1963-1984), por ejempo, fue escrito en Montevideo, México, París y Estados Unidos, etapas de un larguísimo viaje que, desde luego, no ha acabado y que empezó con la guerra civil: Segovia era hijo del médico del Palacio Real y de la plaza de toros de Las Ventas. También, amigo personal de Indalecio Prieto y José Bergamín, y salió del país siendo un muchacho.

La primera etapa de su exilio transcurrió en un campo de concentración del sur de Francia; la segunda, en la Casa Blanca del Cine, y la tercera, en Ellis Island, Nueva York. Su cuarta etapa, en México, es tan importante que se confunde con toda una vida.

Mucha gente cree que Tomás Segovia es un poeta mexicano, y desde luego también lo es: allí ha tenido a sus hijos, allí ha escrito la mayor parte de sus libros y allí, en el Colegio de México, que acogió a tanto exiliado republicano, impartió la mayor parte de sus clases, inesperadas e inolvidables como pueden comprobar quienes asistan hoy a sus charlas dispersas. Allí, en México, acaban de darle la misma distinción que a Octavio Paz, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. Cuando hace unos años regresó a una España ya muy autonomizada, alguien le preguntó cómo vivía el drama de la identidad, y respondió que estupendamente: encontrarle alguna patria en la que poder encuadrarle y etiquetarle es un problema de los demás.

Cuento todo esto aquí porque Tomás Segovia vive en Madrid una especie de segunda, tercera o quién sabe si quinta juventud. El otro día cumplió 70 años, y, por su buen humor, parecía que el día anterior tenía 71. Hace unas semanas caminábamos, un viernes por la noche, por las aceras de su barrio -no sé si ustedes han tenido la experiencia, pero háganlo si buscan emociones fuertes- y, como si estuviera hablando de versos, músicas o mujeres (cosa que probablemente hacía), me contó que estaba encantado con Madrid como no lo había estado casi nunca en otros lugares, y eso que es veterano peatón de México, París y Montevideo.

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El Madrid de su infancia. Una ciudad abierta e inesperada, hecha de luces deslumbrantes y de sombras, veladuras, desconchados y sorpresas. Casi nada es lo que parece, al menos en la zona fronteriza de Argüelles y Chamberí, por la que suele pasear y en uno de cuyos cafés escribe. Algo fuerte debe de encontrar Segovia en esa belleza fuera de catálogo disfrazada de desastre.

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