El Madrid revive el 'sindrome' de Tenerife'
El Athletic derrotó a los de Capello en un partido en el que la épica se impuso al fútbol
El Athletic resucitó la Liga en San Mamés y el Real Madrid el síndrome de Tenerife que le acompaña en los últimos años. El partido, por su transcendencia, imponía respeto y exigía una osadía que no estaba al alcance del reparto futbolístico. Como los malos actores, unos y otros recitaban un guión preestablecido con idéntica aplicación física que desgana intelectual La razón se ponía de parte de la monotonía: el Real Madrid con la única obsesión de trazarle diagonales a Raúl y el Athletic con la única intención de arañar las nubes a balonazos... de su portero A juzgar por los primeros 45 minutos nadie diría que un equipo se jugaba el campeonato y el otro la UEFA (que venía a ser lo mismo en el cálculo de posibilidades).El Athletic, descolocado por la estrategia de Luis Fernández, recitó de carrerilla su papel en cinco minutos arrolladores que sirvieron para evidenciar las carencias defensivas de Roberto Carlos. Un posible agarrón a Etxeberria, dentro del área, fue su único rendimiento. A partir de ahí el Real Madrid ató una cuerda al balón y a la bota de Seedorf condenando el encuentro a un ejercicio táctico en el centro del terreno.
Porque discutían un Real Madrid timorato y un Athletic incapaz. Cada cual sujetó a sus laterales y se dispuso a un choque frontal en el medio del terreno tan generoso como absurdo, tan físico como aburrido, tan preconcebido como mal acabado, que no hubiera superado el más mínimo control de calidad.
Cada entrenador pagó sus obsesiones. Luis Fernández, a cambio de parar a Seedorf alteró la situación natural de sus mediocampistas y perdió a Alkiza durante muchos minutos del partido. Capello, asustado por Etxeberria fue más lejos y sacrificó a Roberto Carlos y a Amavisca en labores de continuo espionaje.
En tales condiciones el encuentro se iba al traste languideciendo entre engolados ejercicios madridistas y actitudes noveles del Athletic si no fuera por el clamor de un público entregado a la pasión y dispuesto a celebrar cualquier simulacro futbolístico.
En esto el gol cayó del cielo, a tono con el encuentro. Una volea fallada por Lizarazu acabó en la lengüeta de la bota ' de Carlos García que la alojó en la red. El gol empequeñecía aún más la actitud del Madrid y aliviaba el orgullo rojiblanco que había jugado con esa posibilidad durante todo el partido.
Capello movió pieza adelantando a Seedorf por la derecha y a Ze Roberto por la izquierda, contando con la incorporación de Guti por el centro. Pero su fútbol sólo alteró su ritmo pasional. El terreno se lo cedió gratuitamente el Athletic dispuesto a resistir la acometida y a embestir en alguna escapada de Lizarazu, sobrado de fuerzas, o un Etxeberria zascandil.
El termómetro se rompió. El Real Madrid revivía el síndrome de Tenerife sin encontrar argumentos para aliviar su psicología. Con toda la segunda mitad a su merced sólo encontró una ocasión en un libre directo de Roberto Carlos que el poste devolvió fuera del área.
El partido dominado por la pasión en sus jornadas previas concluyó jugándose con las vísceras. Al Madrid se le atragantaba un partido que planteó con respeto, que se tradujo en miedo y acabó con IlIgner rematando un córner y los 45.000 espectadores de San Mamés siguiendo un disparo de Alkiza a puerta vacía desde el medio del campo que mansamente salió rozando el poste.
Era la conclusión épica de un tortuoso Real Madrid obligado a sobrevivir con las tripas la presión de una Liga atroz. La imagen era tan rancia como patética. El Real Madrid luchando contra el reloj y el Athletic aplicándose con esmero al ejercicio de defender.
El Real, Madrid pagó su racanería con una derrota que no mereció y a falta de una victoria que tampoco buscó. A lo sumo aspiró a un empate que traducía su imagen de equipo pequeño, recluido en el espíritu del barrio que reconforta tanto el ánimo como desacredita su condición. La épica se impuso al fútbol, lo que se traduce siempre en partidos emocionales pero de escasos argumentos. Al Athletic le salió bien la jugarreta porque del cielo le vino el gol, allá por donde lo buscó. Lo demás fue actitud y entrega para que más allá de la emoción quedara algún vestigio de fútbol.
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