Los imames 'rebeldes' se apoderan de las mezquitas de Casablanca
Los fieles llenan las mezquitas rebeldes de Casablanca. El fenómeno se hace más palpable los viernes, el día de la gran plegaria, cuando los feligreses acuden en masa a determinados templos, ocupan su interior y se desbordan por las calles cercanas. Desde allí, los devotos rezan, pero sobre todo escuchan en silencio las homilías de esos imanes que, despreciando las consignas oficiales impartidas por el Ministerio de Asuntos Islámicos, no dudan en criticar al sistema, a la sociedad corrupta y, si es necesario, piden el boicoteo a la Coca-Cola.
"Os voy a confiar una tarea muy importante. Quien no pueda asumirla, que se tape con las manos las orejas. Sé que lo que os voy a comunicar no se debe decir en una plegaria, pero no puedo callarme. El verdadero musulmán, el creyente, no debe beber, de aquí, en adelante, Coca-Cola", clamó desde una mezquita del barrio del Beausejour el imam jeque Tahar Chfechaouni, uno de los más prestigiosos y oídos de la ciudad, dirigiéndose a centenares de fieles congregados en el interior y en el exterior del templo.El discurso del imam Chfechaouni se vio interrumpido por unos momentos. Invadido por la emoción, estalló en sollozos. Luego secó sus lágrimas, se serenó y, sobreponiéndose a sí mismo, continuó. Su voz tronó de nuevo en medio del silencio, a través de los altavoces, para acusar a la multinacional norteamericana de estar al servicio del sionismo internacional -"porque todos vosotros sabéis que son sionistas"- y sobre todo de haber transgredido e insultado las creencias islámicas al difundir un anuncio de la bebida en el que se ve la imagen de un hombre de piel negra postrado, como si estuviera orando, ante una botella de Coca-Cola.
La casete conteniendo el mensaje de este imani se puede adquirir ahora al módico precio de 10 dirhams (150 pesetas) en cualquiera de los tenderetes que normalmente se colocan en las puertas de las mezquitas más concurridas de la ciudad. Las palabras enlatadas del religioso musulmán pasan inadvertidas en medio de un batiburrillo de productos sacros que los vendedores callejeros exponen en sus tenderetes, entre los que no falta la gena para pintarse los ojos, pequeños frascos con esencias de perfumes, los libros de plegarias o los discursos también coléricos de cualquier otro predicador, la mayoría de ellos egipcios pertenecientes a la asociación Los Hermanos Musulmanes, con los que el imam Chfechaouni guarda una cierta similitud, según aseguran los expertos.
El imam Tahar Chfechaouni no es el único ni el más popular de Casablanca. Otros muchos responsables religiosos musulmanes se han convertido en los últimos meses en difusores de esa manera particular de entender y vivir el Corán. Son mensajes que parecen estar más cerca de la moral radical que de las consignas oficiales que el Ministerio de Asuntos Islámicos o Habus dicta a todos los imames del país, a los que les hace llegar puntualmente cada jueves una circular en la que se les indican los temas que deberán abordar en las homilías del viernes.
La mezquita del barrio de Polo, en uno de los últimos rincones residenciales de Casablanca, se ha convertido también en un faro potente de este tipo de islam. El responsable del templo, el imam Zohal, congrega todos los viernes, en su entorno a millares de fieles, ansiosos de escuchar sus críticas sociales y políticas. Las palabras de este Savonarola marroquí parecen no molestar por ahora a las autoridades. Los análisis religiosos-sociales de este imam, antiguo entrenador de la selección nacional de baloncesto, han logrado sólo irritar a los dirigentes de los partidos radicales fundamentalistas, como Justicia y Caridad, que le acusan de mantener un discurso demasiado superficial y tibio, apuntando problemas, pero sin aportar ninguna solución, es decir, sin comprometerse políticamente.
La multitud de fieles que se congregan en el entorno de la mezquita de Polo sólo se puede comparar con los numerosos seguidores del imam Abdel Bari Zemzeni, responsable del templo Ould al Hanira, situado en las antiguas murallas de la medina de Casablanca, frente al puerto. El imam Zemzeni, de 65 años de edad, penúltimo descendiente de una larga saga de imames oriundos de la ciudad norteña de Tánger, decidió un buen día dejar de hablar el árabe clásico, la lengua culta usualmente utilizada por la mayoría de sus compañeros, y dirigirse a sus devotos en su propia lengua dialectal. Logró de esa manera acercarse y estrechar vínculos con un pueblo, que, como él, padece la crisis económica, la miseria y el paro.
"La vida de un imam en Marruecos es dura. No puedo vivir de mi salario como imam. La paga mensual que me da el ministerio es de 150 dirhams [2.250 pesetas] al mes, abonadas de un solo golpe al principio de año. Me veo entonces obligado a trabajar en otra cosa para poder mantener a mi familia. Qué más quisiera yo que dedicarme por entero al servicio de mi religión", afirma con tristeza el imam Mostafá Samorah, responsable segundo de la mezquita de Hammam, situada en el interior de la alcazaba de Casablanca y empleado en una banca local.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.