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Tribuna
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El Bayern de Extremadura

Para definir la magnitud de su proeza no queda más remedio que echar mano de los números. El Extremadura comenzó el año como colista. En 19 jornadas había conseguido una victoria. Y presentaba unas estadísticas lacrimógenas: 11 goles a favor y 35 en contra. Decía entonces Ortuondo que, como conjunto, pocos había en Primera mejores que el suyo. Hasta Europa llegaron los ecos de la carcajada general, con algunos solicitando una camisa de fuerza. Aparecieron entonces Montoya y Basualdo. Nueve partidos después, el Extremadura ya no es el colista. Ni siquiera ocupa plazas de descenso. Al equipo ya le llaman el Bayern de Extremadura, quizá porque si la Liga hubiera empezado en enero sería el líder. El Sevilla, colista 30 años después. 30 años han pasado desde la última ocasión en que vivió una situación tan dramática como la actual. En la temporada 67-68 el Sevilla era, transcurridos 28 partidos, el colista. Descendió. Hoy, tras los resultados de la jornada, el cuadro hispalense ocupa el puesto 22, el que le sentencia como el peor de los peores. En Valencia, los que entrena Julián Rubio, que en un alarde de valentía, o quién sabe si de desesperación, ha apostado descaradamente por la juventud, lo tuvieron todo a favor. Menos la suerte. Ya hay quien en los alrededores del Sánchez Pizjuán le ha echado la culpa a un supuesto mal de ojo. Se busca exorcista.

Poyet firmó el gol 2.000 del Zaragoza. El partido de San Mamés dejó varios detalles de buen gusto, injustamente olvidados por culpa del majadero que atentó contra Konrad. Y lo más destacable fue el tanto de Poyet. Por lo que históricamente significa para el Zaragoza. Es el número 2.000 del cuadro maño en Primera división. El honor de firmar el gol 1.000 le correspondió a Diarte. Y el 1.500, a Señor. Son, lo que se dice, dos inmejorables compañeros de viaje para Poyet en su entrada en la historia del club. Como no le bastaba, consiguió también el 2.001, el del empate.

La enésima bronca de Juanele. Juanele es un habitual en las páginas de sucesos del fútbol. En Tenerife, en la primera vuelta, ya había dejado la firma de su codo en el rostro de César. Ayer protagonizó otra. Al ser sustituido en Valladolid, se dirigió al público y con sus manos representó el resultado: 0-2. Por si se le había olvidado a alguien. La grada bramó. Luego, el jugador pidió perdón y se mostró arrepentido. Lo que le honraría de no ser por su reiteración en la batalla. Se justificó Juanele culpando a los nervios, la tensión, la adrenalina subida, 200 pulsaciones por minuto... Detalles que, al parecer, dan licencia para provocar y herir. Heynckes le disculpó, pero no dudó en darle un toque: "A veces olvida la educación", dijo.

Leandro levantó la patita. Resulta extraño que la FIFA, tan vigilante en las cuestiones del decoro, no haya aún metido mano en celebraciones como la que se sacó de la manga, o de la ingle, el brasileño Leandro. Que se fue al córner, se puso a gatas, y levantó su patita junto al banderín, a punto de gritar "guau" para completar su escatológica mamarrachada. A los que mandan en el fútbol no les gusta el pecho al aire, el alegre desnudo. Y lo castigan. Pero en cuanto a la imitación de la fauna se refiere, aunque sea en sus necesidades más primarias, aún no se ha pronunicado.

Doña Teresa se duerme. No encuentra la presidenta del Rayo término medio. Hace una semana armó la marimorena en el palco de Vallecas. Con el gesto contraído y fuera de sí, le regaló al árbitro una completa colección de vituperios. Y de paso, a Lendoiro, que estaba a su vera. Alguien debió recomendarla calma, porque ayer adoptó una actitud bien distinta en Alicante. La modorra y el bostezo pudieron con ella y se la vio tranquila, sosegada, dormida. Pero dormida de verdad. Como una bendita.

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