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Sastres y modistas

Dudo que el siglo que viene guarde memoria de muchos usos y costumbres que dieron las boqueadas en el presente. Algunos oficios desaparecen porque fueron el efecto de causas luego abandonadas, que nadie echa de menos. Impensable que del túnel del tiempo regresen los pregones que sonaban en las calles de Madrid. Ya no hay aguadores, no baja de Galicia el lañador, afilador y paragüero, ni retumba la voz aguardentosa reclamando: "¿Hay papel, trapos, ropa vieja que vender?"; no trota el borriquillo arrastrando el carro, en cuya vara derecha iba sentado el gitano, calado el sombrero flexible negro y bamboleándose en la caja la deteriorada caldera de uncalentador de agua, enseña de su ajetreo, en busca de muebles, cachivaches, trastos de la boardilla que se transforma en elegante estudio.Se acabaron también, o están a punto, los sastres a medida, los modistas de alto copete. La confección, el prét-á-porter centuplica los modelos y se prodigan las etiquetas, a veces espurias, con los venerados nombres de la aguja. Aunque cueste trabajo creerlo, en los llamados años de la miseria, tras las guerras y posguerras, en Madrid sobrevivían triunfantes algunos maestros creativos: Balenciaga -no podía emplear su nombre fuera de París, pero atendía a la fiel clientela hispana en el local de la Gran Vía-, Pedro Rodríguez, Marbel, Asunción Bastida y algunos más eran citados con orgullo y envidia por las mujeres de los años cuarenta, cincuenta y sesenta..

Los escalones más bajos estaban ocupados por otros artesanos, y no había señora o señorita de clase media y media baja sin los servicios ocasionales o permanentes de su modista, distinto menester de la costurera a domicilio. Iban a casa o esperaban en el modesto taller a la clientela, fiel creyente de las incursiones anuales a París, para lograr los patrones y la mágica brisa de la moda de primavera. Presuntas espías en los estrictos salones de Dior, Patou, Balmain, Chanel... Funcionaban la imaginación y la intuición.

Otro oficio conexo, en descaecimiento, el de los sombrereros, languidece desde que las bodas se celebran en las tenencias de alcaldía. Estériles los valerosos esfuerzos de Lady Di y de mi hermana Margarita por mantener vigentes las pamelas y cualquier tocado, antes rito inviolado en el bodorrio más modesto. Hoy mucha gente comprueba, con pesadumbre, que sólo se ven sombreros cuando televisan la inauguración de la temporada hípica en Ascot. La población interesada constató, ¡ay!, que la misma Reina de España no estrenó sombrero ni empuñó guantes en los esponsales de la infanta Elena.

Dos cuartos de lo mismo en el segmento masculino, aunque fuera también Madrid lugar de excelentes sastres: Cid, Cutuli, Ranz (uniformes de gala, ropajes eclesiásticos, hábitos de maestrantes) y los que conocí personalmente: Antonio Collado, los hermanos Mogrovejo (recuerdo su aceptación, a regañadientes, de la cremallera en los pantalones y las advertencias al cliente: "En primer lugar, abroche el botón de la cintura, tense la pretina y tire con suavidad hacia arriba, repitiendo dos o tres veces el gesto, para cerciorarse de, que funciona bien"). El último que me tomó las medidas, Antonio Pajares, hijo y nieto de reputados artesanos, tuvo impensable fin, cuando descuidó el jaboncillo por las fichas y el cheviot, la cachemira, los paños de Tarrasa y de Manchester por el tapete verde del Casino.

Renace, con timidez y cierto brío la camisería específica, las iniciales bordadas a la izquierda del torso y la alternancia del botón de nácar con el ojal para los gemelos o mancuernas. Es muy cierto que el cuerpo humano tiende a homogeneizarse, la raza prospera y las mozas y mozos están mejor hechos y terminados que en mi edad, por lo que pierde urgencia y justificación el arte sartorio individualizado, que tanto necesitamos los de brazo corto y sobrevenida tripa liberal. Más que protección contra la inclemencia o simple vanagloria, era una especie de ortopedia externa, que mejoraba sensiblemente el aspecto de las damas y los caballeros menos favorecidos, o tal creían. Hoy, la aspiración es hallar un habilidoso experto en arreglos. Loor, no obstante, a la memoria de los artistas idos.

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