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Tribuna
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¿Se desintegrará China?

Emilio Menéndez del Valle

A Deng Xiaoping le habría gustado vivir hasta el verano con objeto de presenciar la reintegración de Hong Kong a la madre patria. Probablemente era consciente de que, tras su muerte, en la gigantesca e hiperpoblada madre patria china habría de iniciarse una delicada transición a desembocar en una de estas dos posibilidades: o bien la continuación del proceso de reforma económica por él propulsado, con un ritmo de crecimiento que -según predicciones occidentales- convertirá a China en la primera economía del planeta hacia el año 2020; o bien el desencadenamiento de una serie de tensiones que podrían conducir al caos económico, el enfrentamiento político y la contienda civil.Desde el minoritario levantamiento democrático de Tiananmen y el agostamiento físico de Deng -coincidentes con la descomposición de la URSS- estas dos escuelas de pensamiento han venido esgrimiendo sus respectivos argumentos. Quienes están convencidos de que la actual China no sobrevivirá por mucho tiempo a Deng insisten en dos hitos principales. Uno: la combinación del factor enorme población (1.600 millones de habitantes en tomo al año 2015) con el factor desquiciamiento territorial / ambiental (escasez de agua y de tierra cultivable, erosión y deforestación masivas) llevará al caos. Dos: como todo imperio, China comenzará a flaquear por la periferia. En alusión a las revueltas populares -probable en Tíbet, posible en Mongolia interior y ya en marcha desde hace algún tiempo en Xinjiang- En esta última provincia, (cuyo nombre significa "nueva frontera" la tendencia separatista es especialmente importante.

La escuela contraria mantiene que aquellos que auguran un colapso pos-Deng a imagen de la URSS no tienen en cuenta que cada país es un mundo y además infravaloran la capacidad del régimen chino de adaptarse a situaciones nuevas. Sostiene que el control político y económico (no menciona, empero, el social) del poder central de Pekín sobre las 30 regiones y provincias chinas continúa siendo considerable. Y maneja como argumento estrella el hecho de que -a diferencia de la URSS- el 90% de la población china pertenece a una misma etnia, la han, lo que aleja el caso chino de la situación pos-soviética de anarquía causada por este factor. Quienes así piensan estiman que -si se mantienen las reformas iniciadas por Deng Xiaoping- existen razonables oportunidades de llevar a cabo, en paz y con estabilidad, la transición político-económica china a la modernidad.

Hay razones y elementos, evidencias y paradojas que apoyan algunos argumentos de unos y de otros, pero no creo que ninguna de las dos tendencias pueda calificarse de axiomática. Ni el crecimiento económico (que no siempre es equiparable con el desarrollo) es garantía de que pueda evitarse una crisis político-social, como el caso del Irán del sha prueba, ni todos los datos demuestran que se haya producido -como algunos opinan- un irreparable abismo económico y social entre las zonas costeras, beneficiadas por la liberalización económica, y la profunda China interior.

Lo cual no significa, necesariamente, que la reforma y el crecimiento económico, por un lado, y cierta paralización política por otro, no hayan puesto en marcha tendencias centrífugas, tanto en el norte y noroeste, donde la exacerbación religiosa y el separatismo se hacen notar (Xinjiang), como en la periferia costera, afectada por la exarcebación del consumo.Finalmente, hay que resaltar que, dado el decaimiento del ideal comunista, las autoridades de Pekín utilizan ahora el nacionalismo como fuente de legitimación y de oposición a las tendencias centrífugas. Está por ver si China que, como afirma Lucían Pye, es una civilización que pretende ser un Estado-nación, se servirá de su legendaria sabiduría civilizacional para evitar los errores de otra exacerbación, la nacionalista.

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