El dilema del PSOE
Para nadie medianamente familiarizado con el conocimiento de nuestra reciente historia política constituye novedad la afirmación de que el PSOE es el partido con más antigüedad, más consolidado y con más clara tradición de los existentes en nuestro país. El hecho se puso en clara evidencia en los momentos en que advino la Segunda República. Frente a una larga serie de partidos personalistas, de notables, improvisados, creados precipitadamente justo para lograr el advenimiento de la ansiada panacea republicana, el mismo Ortega reconoce, como única excepción de partido político en el sentido moderno y europeo de la expresión, a los socialistas, con los que, por lo demás, colaboró durante bastante tiempo, y a quienes consideraba abanderados de nuestra europeización. Marichal ha estudiado recientemente a fondo estas relaciones y poco podría añadirse por mi parte.Sin embargo, ya en aquella ocasión, el PSOE se tuvo que enfrentar a su primer dilema a la hora de asumir parcelas de gobierno durante el primer bienio republicano. Al no alcanzar mayoría suficiente para formar Gabinete en solitario, hubo de renunciar a muchos de sus presupuestos ideológicos y gobernar en coalición con los llamados "auténticamente republicanos", liberales, burgueses, nada revolucionarios, sin duda liderados por Manuel Azaña. A la postre, no hacía otra cosa que seguir la línea, iniciada a comienzos de siglo, cuando unió sus fuerzas en las alianzas para "traer la República". Por ello, el PSOE, durante la República, no, hizo, no quiso o no pudo hacer una política socialista. No tuvo dicho signo la reforma agraria de la época ni la política económica en general. Otra cosa bien distinta es qué la derecha de entonces le acusara de ello y dicha acusación sirviera de banderín de enganche para quienes, en realidad, no querían ningún tipo de cambio. El insigne testimonio del sacrificio de Giménez Fernández, hombre honesto dentro de la CEDA, sacaba a la luz pública la falacia de la acusación, al ver boicoteado, por su mismo grupo, un inteligente proyecto en la política agraria. Como injusto sería olvidar, pese a quien pese, que los mayores ataques al camelo de reforma agraria, obra del segundo bienio, vinieron de un personaje nada socialista por cierto: José Antonio Primo de Rivera.
Sin duda, las cosas comenzaron a ser distintas en el primer semestre de 1936, tras la propia escisión del PSOE y los arrebatos de Largo Caballero. En el fondo, estamos ante lo que constituyó la gran tragedia de aquel régimen: la falta de acuerdo, de consenso, sobre el tipo de república que se quería. Pacata para unos. Terrible para otros.
Pasados los años, en los momentos de nuestra última transición, el PSOE vuelve. a desempeñar un papel de noble cededor. Los viejos postulados comienzan a quedar en el baúl de los recuerdos: republicanismo, federalismo, marxismo, etcétera. Durante algún tiempo es cierto que este nuevo acoplamiento tuvo desfases. Entre quienes pactaban y quienes militaban. Entre estos últimos, no pocos enquistados en la nostalgia (la auténtica veneración por la República vencida, nacionalización de la banca, "cuerpo único de docentes", etcétera). Era lógico. Pero, al final, el partido se va autodesprendiendo de estos lazos con el pasado (no olvidemos: "los históricos") y, con bastante celeridad, se pone al día.
O, a mejor decir, la sociedad española le insta a ponerse al día. Porque, en democracia, el partido no es definidor de dogmas, ni vanguardia de nada. Manda el condicionamiento de la sociedad. Y nuestra sociedad española se había centrado. Para la derecha y para la izquierda. El binomio centro -izquierda o centro-derecha comienza a constituir el eje sobre el que gravitarán ya, en adelante, las posibles alternancias. En la orilla van quedando los iluminados de un signo u otro. Todo esto, a mi parecer, constituye el meollo del éxito de la transición, tema que he abordado en otras ocasiones.
Tras 13 años en el Gobierno, el PSOE tampoco ha realizado una política socialista. La afirmación sería obvia y no vendría a cuento si no fuera porque de vez en cuando hay que dejar al descubierto la gran falacia utilizada por quienes son profundamente sus enemigos. Algo así como "es que no han sido auténticamente socialistas" o "han engañado a los trabajadores". Cuando tales frases salen de bocas, estómagos y cuentas corrientes harto repletas, el cinismo es total. Sin intentar justificar nada, me limito a preguntar: ¿cuánto tiempo hubiera durado el PSOE en el Gobierno si nada más llegar nacionaliza la banca, establece la participación, en beneficios, se enfrenta al Ejército (¡el gran error de Azaña!) o roza tímidamente la legitimidad de la Monarquía? Posiblemente, ni el PSOE ni la mismísima democracia.
Ahora, el PSOE vive tiempos de reflexión. Y tengo para mí que lo de meditar no debe enfocarse por el camino del cambio de líder. Hay temas mucho más profundos. Con un dilema de fondo. En España, como en casi todo el mundo, se han implantado los llamados "partidos de electores". Se vota en función de la credibilidad de un líder y, sobre todo, en función de las respuestas que se ofrecen a problemas concretos. Los partidos no están para crear problemas ni para inventar fantasmas ajenos, muy ajenos a la realidad social. Ahí reside el error de Anguita. Están para canalizar demandas auténticas y engendrar políticas adecuadas a su solución. Los anglosajones gozan de términos muy concretos que expresan lo que en castellano se unifica como "política" (me refiero a la distinción entre politics y policy). Y para este menester necesitan votos. No adhesiones incondicionales ni legitimidades "de la calle".
Y llega la gran pregunta, naturalmente. Teniendo el inmediato pasado como sabio precedente, ¿qué faltó o qué sobró? A lo que, naturalmente, ha de seguir la respuesta sobre qué ofrecer y qué hacer en el futuro.
Comprendo que el tema no es baladí. A mi entender, las dificultades vienen por una triple circunstancia, que sintetizo en forma de interrogantes. ¿Puede un partido socialista convertirse y limitarse a ser un partido de electores, válido para todo el mundo? ¿Tiene claro el PSOE las opciones ante los eternos binomios de la distinción izquierda-derecha que con acierto ha sintetizado Bobbio en su último libro (es decir, libertad-igualdad, conservar frente a cambiar, etcétera. Y, por último, ¿tiene el PSOE argumentos válidos y científicamente comprobados para disuadir a una sociedad que vive el sueño de la libertad de mercado de que los sueños son nada más que lo que dijera Calderón? Porque, en esto último, a lo peor le pasa que tiene que acabar aceptando la afirmación del sagaz profesor: "Enseñar al que no sabe puede ser una obra de misericordia, pero enseñar al que no quiere no deja de ser una estupidez". Es decir, que a lo peor todo ha de comenzar por resucitar lo de la toma de conciencia, ahora tan olvidado en el falso paraíso de la sociedad sin clases y sin ideologías.
Eso y otras muchas cosas más. Distinguir entre la igualdad y el igualitarismo. Aceptar la meritocracia en ciertas esferas (¡nefasta LRU!). Saber que lo del "social-liberalismo" no deja de ser una sandez sin ningún tipo de salida. Pensar en el rescate de la labor del Estado, nuestro actual gran descuartizado. Distinguir en el señuelo europeo lo que son ideales, pocos, y lo que son intereses, la mayoría. Aprender que al español, por desgracia, le cuesta más perdonar el que no se devuelva lo robado que el que se robe, porque así cree "que le tocará algo". Y hacer una firme apuesta por lo mucho que le queda por hacer a una socialdemocracia en la defensa del también ahora humillado Estado del bienestar. Y tantos etcéteras más.
Si por ahí van las cosas, bien habrá venido el tiempo para la reflexión. Y no se tendrá que desempeñar indefinidamente el papel del cededor mal comprendido. "Vivir es decidir constantemente lo que vamos a ser", escribió Ortega. No únicamente a "hacer", que eso acaba determinándolo la circunstancia en política. Importa más la preocupación por el ser. Porque es señal de que se sigue estando vivo. Eso es lo que le debe preocupar al PSOE actualmente. Y no termino con lo dé "y punto", de clara cuna autoritaria. Lo sustituyo por aquello otro tan hermoso de "vamos, salvo mejor parecer".
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