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Combatir lo pasado

"Si quieres lo mejor, combate lo peor". ¿Se imaginan esta pintada en los muros del Mayo francés que nos convocaban a lo contrario, a ser realistas exigiendo lo imposible? No. Sin embargo, esa propuesta resume hoy el reto lanzado a la nueva izquierda europea y española.André Comte-Sponville es el teórico más actual de este renovado pensamiento progresista transmoderno, menos "débil" y "desmayado" que los que elaboraron los Touraine, Vattimo, Filkienkraut, Bruckner, Lipovetsky, Lyotard y Baudrillard desde antes del hundimiento de la utopía dura comunista.

En su libro Valeur et vérité. Études cyniques, Comte-Sponville nos propone, desde posturas progresistas aunque (o por tanto) escépticas (el cinismo bien entendido es, ante todo, escepticismo inconformista), que en lugar de perseguir utopías inalcanzables y a veces incluso indeseables (el propio Sartre reconocía en su vejez: "Toda mi vida he combatido por el advenimiento de una sociedad en la que no me habría gustado vivir"), buscando lo mejor, en una sociedad ideal, la izquierda se dedique unida a combatir lo peor en la sociedad actual. Un poco, agregamos nosotros, al estilo ONG. Es lo que él llama la "politique du pire", una política "no de lo mejor posible, sino de lo peor real", que ataque y ataje los peores males de la sociedad capitalista actual sin por ello perder definitivamente el norte utópico.

Epicuro advertía ya que hay que defender hoy las cosas que hemos conseguido tras haberlas deseado ayer, antes que dejárnoslas quitar por vivir mirando hacia las que soñamos para mañana. "Hay que soñar", decía Lenin. Sin duda. Pero también sin dormirse ni pasarse. Y los herederos de los sóviets se pasaron al dar la vuelta al sueño del propio Marx. y, dilapidadores cioranescos de utopías, saltar del reino de la necesidad (y la necedad) capitalista, no al de la libertad, sino al imperio burocrático de la necesidad (y necedad) sin libertad. Soñar a sabiendas de que se sueña que se sueña y esperar conscientes de que la esperanza es soñar despierto.

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Mejor que, porteros del futuro, dedicarse a "probar la llave de los sueños en las cerraduras de lo desconocido" (Glucksmann) o, baudelairianos espeleólogos, "plonger au fond du gouffre pour chercher du nouveau", quedarse a este lado del espejismo y dedicarse a intentar cambiar lo malo conocido antes que a soñar impotentes con lo mejor por conocer. Porque, como decía Kant al matizar el deber de utopía, si "es un dulce sueño esperar en que el Estado utópico se dará un día, por muy lejano que esté", el "irse aproximando a él no sólo es pensable, sino un deber". Y el imperativo categórico de aproximarse a la utopía soñada se cumple hoy mejor ya no por el lema hecatómbico "gauchista" de "cuanto peor, mejor", sino por este otro de "cuanto menos peor, mejor". Ya lo decía el cínico Cratés: la felicidad avanza a medida que se elimina lo que provoca dolor.

La nueva izquierda, resurgida chamuscada de las cenizas de la vieja, debe proponerse no ya alcanzar reinos de Jauja donde se aten los "peros" con longanizas, sino "la transformación permanente de la sociedad real mediante la supresión o la reducción de lo peor de ella". Una postura intermedia entre la conservadora y la utópica a ultranza que, panglosianamente ambas, creen, firmemente que todo va (la primera) o todo irá (la segunda) de perlas en el Mejor de los mundos posibles (la primera) o, "hélas!", imposibles (la segunda).

En su propuesta de "transformación permanente" se acerca C.-S. a socialistas sindicalistas como André Gorz y su "negociación permanente", teñida de un trotskismo morigerado hoy en boga. C.-S. advierte que sin ese propósito de enmienda utópica y sin esa propuesta de transformación permanente de la sociedad la izquierda, cogida en duermevelas entre el sueño utópico y el despertar realista, siga perdiendo elecciones y alma, y los progres, depres y repres, desarmados y desalmados, terminen convirtiéndose en cínicos de pacotilla. No en cínicos auténticos, militantes de la insatisfacción frente a los conformistas estoicos y los diletantes epicúreos como lo era aquel cínico Diógenes, el can certero en sus ladridos de protesta, escéptico y rebelde, falsificador de falsas monedas filosóficas recibidas, masturbador de ideas preconcebidas, contestatario del orden social establecido, que fustigaba a sus coetáneos pusilánimes y ponía como paradigma a Hércules y sus esforzados trabajos transformadores de la realidad, en los que combatía lo peor para el mejor bien de sus semejantes.

Hércules, el ideal de héroe cínico, el que "ahorraba desgracias a los demás hombres", ¿no desviaba ríos, doblegaba a endriagos depredadores y liberaba a Prometeo, el primero de los hombres, de su condena por el pecado original de rebeldía, todo para hacer más libre y llevadera la condición humana? Hércules practicaba la política de lo peor trazada por Diógenes y los cínicos. Y hoy, cuando lo peor amenaza con empeorar, con el intento de supresión del relativo Estado de bienestar, hacen falta aquí un Hércules colectivo y un Diógenes que ofrezca un proyecto sugestivo de lucha en común contra el liberalismo salvaje que se nos quiere instaurar.

Un Diógenes que encandile a hombres honrados y, por tanto, insatisfechos (insatisfacción que, según propone Agnes Heller, la izquierda debe aprovechar para transformar una so ciedad que si no se consumiría por falta de autorreproducción) para que, unidos como un solo Hércules, aborden los 12 traba jos necesarios para eliminar o evitar lo peor ya existente o que acecha en la jungla de asfalto neoliberal: domar al león de Nemea del darwinismo social basado en el triunfo del fuerte sobre el débil en la lucha por la supervivencia del sistema; do meñar contra viento y Barea a la hidra que amenaza al sistema público de pensiones y subsidios; evitar, manos a la obra, que la cierva Cerinitis de la moral reaccionaria vuelva a hacer "camino" al andar; limar los colmillos al jabalí de Erimanto que amaga con destrozar la sanidad pública a dentelladas; limpiar las cuadras de Augias de la corrupción y la doble in moralidad pública y privada; ahuyentar a las rapaces Estinfálidas del capitalismo dual, fa bricante de ricos en los países pobres y de pobres en los países ricos; coger por los cuernos al toro de Creta de la incultura y la marginación social, poner freno a las yeguas desbocadas del Diomedes liberal en la carrera por abaratar el despido y desmantelar el sector público; quitarle el tahalí y las flechas a la amazona que amenaza con privatizar la enseñanza; capear a los toros de Gerión del racismo y la xenofobia rampantes; rescatar para el pueblo las áureas manzanas de la esperanza perdida y enviar al infierno al tricéfalo Cerbero del desempleo, la desigualdad y la insolidaridad.

Fernando Castelló es periodista.

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