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SUSTANCIAS PROHIBIDAS

"El que no usa EPO es porque no tiene dinero"

Las revelaciones sobre el dopaje abren la caja de los truenos

Carlos Arribas

El asunto es dramático porque es siniestro. Aunque las palabras impongan a los legos: eritropoietina, hematocrito, hemoglobina, somatropina... Todo es como antes aunque el ambiente del deporte se haya llenado de argumentos de novela negra: dossieres secretos guardando polvo año en un estante olvidado, revelaciones inesperadas, confesiones de los culpables, ruidos extraños en las habitaciones a medianoche, toda la verdad al descubierto, contrabando por fronteras poco vigiladas, mercado negro, casi muertes en la cama... Es el mundo del dopaje en el deporte en la década de los 90. Igual de zafio que en los años heroicos, aquéllos de "dame una anfeta que me escapo", o "has probado las amarillas que bien van", o "qué tomará ése para dejarme aquí tirado".Es la otra cara del deporte, la madre de los récords y de los millones, siempre oculta, pero ahora tan generalizada y ruidosa que no ha podido evitar salir a la luz en forma de escándalo y con el ciclismo y una sustancia prohibida, la eritropoietina (EPO), indetectable en los controles, como protagonistas.

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Todo, su experimentación, su consumo generalizado, su denuncia y su investigación ha partido de Italia. Los ciclistas de allí, tras varios años negros, de repente empezaron a ganar todas las carreras en que competían. Ciclistas reputados como jamelgos hacían medias de pura sangre. La velocidad de las carreras aumenta de forma increíble. Los desarrollos de antaño se quedan en broma al lado de los de ahora. Aparece una nueva especie de corredores, ésa que sólo brilla pocos días al año, y un solo año en su vida. Varios años igual crearon estrellas, pero ninguna era un corredor con continuidad, todas eran médicos. La época de esplendor de Francesco Conconi y Michele Ferrari, artífices mediante sus "revolucionarios métodos de entrenamiento" del resurgir transalpino. Los ciclistas, a la, hora de ser tentados por otro equipo, no preguntan por sus objetivos o compañeros, sólo quieren saber quién será el médico. "Mientras una sustancia no se detecte en los análisis no se puede hablar de dopaje", resumía Ferrari su filosofía del asunto. La cosa empezó a acelerarse a partir de esas declaraciones. Piden que se haga controles de sangre para detectar la EPO y se inicia una caza de brujas. "Es la epocresía que nos invade", dice un director español. "Cuando el resto del mundo les alcanza, los italianos denuncian. Será porque han dado con otra sustancia, quizás la hormona del crecimiento (somatropina), mejor y quiere que se pille a los anclados en la EPO".

"El 80% de los ciclistas se dopan con EPO", dice un investigador italiano. "Se queda corto", dice un médico español que quiere permanecer en el anonimato "Yo diría que el 90%, y los que no la utilizan es porque no tienen dinero para comprarla". "Quien no usa EPO no puede estar entre los mejores del mundo", dice un corredor. "Aunque seguramente sin EPO los que son hoy los mejores seguirían siéndolo".

La cuestión de la EPO es la de una regla de tres: cuanta más concentración de glóbulos rojos hay en la sangre, más capacidad tendrá el deportista de almacenar, transportar y extraer oxígeno para alimentar los músculos. Esto es vital en los deportes de resistencia. Los riñones producen de forma natural la eritropoietina, una hormona fundamental en la fabricación de glóbulos rojos. Desde México 68 y hasta que la ingeniería genética sintetizó la EPO, la única forma de enriquecer la sangre era entrenarse en altura o en una cámara hipobárica -un recinto aislado del que se extrae oxígeno para simular las condiciones de altitud- La menor concentración de oxígeno en el aire fuerza al organismo de los atletas a fabricar más glóbulos rojos para paliar el menor oxígeno ingerido. Pero en 1989 se comercializa la EPO sintética como medicamento para enfermos sometidos a diálisis renal. La medicina deportiva se apropia de la sustancia.. Los problemas que causa el entrenamiento en altura o en cámara hipobárica -cuánto entrenar, de qué forma, cuánto parar a nivel de mar antes de competir- desaparecen. Una inyección controlada lo soluciona todo, aunque los peligros son claros.

"El problema es que los médicos vamos por detrás de los deportistas", dice un médico español. "Yo me asombro de cuánto saben. Te hablan de sustancias que tú sólo conoces de oídas. El peligro de la EPO es de dosificación. No por inyectarte más vas a rendir más, porque el cuerpo tiene un nivel óptimo de aprovechamiento que no se puede incrementar artificialmente. Pero si te pasas, cosa que no ocurre entrenando en altura porque allí el organismo asimila lo que fabrica, pones en peligro la vida. Si se pasa alguien en la dosis, si lo inyecta por vía intravenosa en vez de subcutánea, la sangre se densifica y hay que tomar aspirina o inyectar plasma para evitar el colapso".

Esto es lo siniestro, como en todas las historias de prohibición, de drogas o alcohol, según el médico. "Los médicos no controlamos, sólo estamos para la urgencia. Aclaramos la sangre y como resultado, a veces, el organismo reacciona con vómitos y diarreas que, a veces, se disfrazan de intoxicaciones alimenticias". Además, antes de poder tener un tratamiento de EPO un deportista necesita hacer un gran volumen de entrenamiento y trabajo para poder asimilarla. El debate se enrarece, finalmente, en las ramas de lo moral y lo ético. "Por qué se permite el entrenamiento en altura, mucho más caro, o las cámaras hipobáricas y no la EPO?", se preguntan algunos directores. "¿Por qué no se llega a un acuerdo entre los médicos de los equipos para determinar lo que es peligro so para la salud y lo que no? Si de cidimos, por ejemplo, que nadie debe sopresar una tasa de 18 en la hemoglobina, avanzaríamos. Pero no con esta epocresia".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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