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GOLF

El hombre del momento

El joven Tiger Woods revoluciona el mundo del deporte

Carlos Arribas

Oyendo contárselo a su padre, el viejo Earl Woods, teniente coronel de los boinas verdes en la guerra de Vietnam, Eldrick Tiger Woods significa algo más de lo que aparenta en la distancia, un mucho más que la imagen que da de telepredicador metido a golfista. Oyendo a cualquier especialista en marketing de Nike, la marca que le equipa a precio de riñón y medio, Tiger Woods es también algo más de lo que aparenta, un jugador de golf joven y tremendamente dotado. Oyendo a sus rivales, los curtidos y veteranos profesionales, el tigre que se les ha caído encima es algo más que el jugador que les ha derrotado en uno de cada tres torneos que ha disputado. Para el público, que asiste más que nunca a los torneos en los que participa, el jugador de 21 años recién cumplidos es mucho más que cualquier otra figura actual o no. Y, en realida, ¿qué tiene Tiger Woods para ser más de lo que aparenta ser?Su padre y los de Nike, con quien el golfista ha firmado un contrato de cinco años por 40 millones de dólares (unos 5.300 millones de pesetas) hablan de trascendencia y de momento; el público, de carisma; sus rivales, de imposición; la prensa, de todo un poco, pero tirando por alto. Ya el SportsIllustrated, la revista deportiva de referencia en Estados Unidos, pide la sangre de aquellos que dudaban que Woods mereciera el título de deportista del año que le concedió la publicación por delante de Michael Johnson. Ni siquiera la irrupción en los años 70 de Severiano Ballesteros, el penúltimo hombre en llevar sangre fresca a las moquetas de los campos de golf, le llegaría, en términos de repercusión, a los talones al ruidoso estruendo provocado por el joven californiano. Eran otros tiempos, no estábamos tan cerca del fin del milenio, el primer enganche para la trascendencia del tigre. Y tampoco el cántabro podía alardear de llevar sangre de cinco razas en sus venas, el punto ecuménico de la personalidad de Woods: sangres cherokee, china, europea y africana, por parte de padre, y tailandesa de madre. Y una piel negra que brilla en el blanquísimo mundo del golf. Justo cuando más se le necesitaba, cuando el golf languidecía en su mediocridad, o sea, en su momento.

Puede ser que Mozart causara idéntico revuelo en las cortes del siglo XVIII. No se quedan cortos los exégetas de Woods, no. Se dice que en vez de sonajero llevaba un putter serrado cuando andaba a gatas; que a los ocho meses golpeaba la bola con estilo; a los dos años ya apareció en un programa de televisión como niño prodigio; a los cinco en otro, el famoso Esto es in creíble; después ganó cinco mundiales júnior; luego tres Open de Estados Unidos para aficiona dos; pasó al circuito profesional a finales de agosto, con 20 años. Antes de dar el primer golpe pagado, y aconsejado por McCormack, el agente que creó la IMG, el tercer poder del deporte, ya firmó el súper contrato con Nike que le da más dinero publicitario que a cualquier otro golfista, y otro de 20 millones de dólares con las bolas Titleist; en cinco meses ha jugado nueve torneos del circuito, ha ganado tres y ha superado la barrera del millón de dólares. Asusta a sus rivales: su último triunfo, hace ocho días, lo consiguió antes incluso de dar a la bola en el desempate de La Costa; su rival, Tom Lehman, que ha logrado llegar a la cima a los 37, tembló tanto con el hierro seis en su mano que tiró la suya al agua.

O sea, Mozart, pero mejor: toda su energía es creadora, no sabe lo que significa autodestrucción. "Tengo claro que quiero ser un modelo para la sociedad", dice Woods. Su primer anuncio para Nike fue una denuncia del racismo en el golf que puso nerviosos a los ejecutivos de la PGA. Con ello saldaba parte de su cuenta con la marginación sufrida de chaval por el color de su piel. La otra parte la quiere saldar ganando todos los torneos en los que participa. Una asociación pro comida sana le ha pedido a Woods, que declara que su comida favorita es la hamburguesa, que no haga publicidad de McDonalds. Son, oyendo a su padre, sin duda, los primeros pasos de su trascendencia más allá del deporte. "Sé que mi hijo será el personaje más in fluyente en la historia de la humanidad", dice su padre, inflamado con una visión cósmico-mística de la vida. Un aura de predestinación al que también aporta sus granos Kultida, la madre del golfista, a quien ha transmitido su budismo. Ella, a quien un sacerdote le auguró que se dedicara a lo que se dedicara su hijo sería el mejor en todo.

Dicen que el buda de madre perla que guarda en un cajón y el de oro que cuelga de su cuello son los que le dan al golfista la tranquilidad sobrenatural en el momento de apuntar, colocar su cuerpo y golpear la bola más lejos que nadie. Y que el valor se lo da su apodo: se llama Tigre por que así lo quiso su padre en honor a otro Tigre, un conmilitón survietnamita desaparecido en combate. Y que nadie se lo discuta a su padre, a Nike, al público, a la PGA, a la prensa: la historia no es falsa.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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