El gueto más sórdido de la ciudad, en la vieja fábrica Boetticher
El relente y la lluvia se cuelan por todos los recovecos de la antigua fábrica de Boetticher y Navarro, en Villaverde. Pero ésa es sólo una de las miserias de este gueto de marginación, el más sórdido de la ciudad, en el que malviven más de un centenar de personas. Hay varias familias, algunas gitanas, y unos cincuenta inmigrantes africanos y prostitutas heroinómanas desalojados en septiembre de un poblado de tiendas de campaña en Méndez Álvaro (Arganzuela).Sólo la policía y la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituida (APRAM) se acercan por el lugar. Aparte, claro, de los toxicómanos que van a por su dosis.
Los expulsados de Méndez Alvaro ocupan la antigua carpintería. La planta baja, sin usar está llena de basura. El olor es nauseabundo y a pocos metros juegan los niños de las familias que viven en la vieja escuela de maestría y en la casa del guarda.
Para acceder a la zona habitada hay que subir por unas empinadas escaleras sin barandilla de protección. Una pequeña puerta permite la entrada a lo que fue una estancia diáfana, ahora compartimentada en pequeños habitáculos con tabiques de madera y cemento. No hay luz y el agua hay que subirla en bidones.
Una mujer mayor, africana, a la que apodan la abuela, duerme, helada de frío, en una minúscula habitación con un camastro rodeado de palanganas, montones de ropa y de comida. El recinto apesta y las paredes están negras.Un grupo de desesperados
El negocio mafioso es perfecto para quienes llevan la droga a este infame reducto. Tiene a su disposición a un grupo de desesperados dispuestos a lo que sea: los hombres a trapichear y a chulear a las mujeres, y ellas a prostituirse a cambio de papelinas en las peores condiciones posibles.
Las trabajadoras sociales de APRAM, las únicas que van cada semana a este lugar, se ven a menudo desbordadas por la durísima situación.
Además, tienen la impresión de que el seguimiento social ejercido con las mujeres en Méndez Álvaro se ha ido por la borda tras el desalojo, que las dispersó por toda la ciudad. Y cuando alguna decide abandonar este agujero surge otro problema: la falta de pisos para emergencias.
Las familias de las otras dos naves echan la culpa de todo a los africanos. "Desde que han llegado nos han cortado la luz (que tenían mediante enganches ilegales) y además ahora nos van a echar a todos de aquí", afirman estas familias, que llevaban anos en el lugar sin que nadie hubiese movido un dedo por expulsarlos. Ahora, sus hijos, entre ellos una joven deficiente, conviven con el trapicheo, la prostitución y el abandono.
Tras las protestas vecinales, los síndicos de la quiebra de Boetticher, que desde 1992 gestionan estos terrenos, han solicitado al Juzgado de Primera Instancia número 18 el desalojo. El gueto tiene los días contados.
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